Por Stakeholders

Lectura de:

Jorge Melo Vega Castro
Presidente de Responde


Hace 25 años el profesor del  MIT, Nicholas Negroponte, publicó el libro Being digital, un estudio que parecía de ciencia ficción en el que señalaba que el mundo se encaminaba hacia la digitalización: la revolución de los bits. En los años transcurridos hemos visto que ese proceso iba ocurriendo y nos beneficiábamos poco a poco de él, desplegándose cada vez más conectividad y muchas soluciones digitales que nos conducían hacia una economía digital. El punto de quiebre hacia esa masificación prevista por Negroponte ocurre cuando los teléfonos celulares se volvieron inteligentes y nos conectaron al mundo de las redes sociales.

Debemos reconocer que éramos espectadores y en muchos casos usuarios privilegiados de toda esa tecnología, sin llegar a ser, como sociedad, realmente digitales, hasta que llegó la pandemia sanitaria del COVID-19. En la segunda quincena de marzo, la mayoría de países del mundo confinaron a sus ciudadanos en sus casas, sin poder realizar actividades presenciales, entre ellas, estudiar o trabajar, y es así que sin mediar norma alguna, por efecto de la cuarentena, se produce la aceleración digital.

Las familias y los hogares son ahora los protagonistas. Se organizan las personas en la casa para cumplir diferentes roles y la conectividad digital adquiere mayor importancia. Ingresan a la casa el trabajo, el colegio, la universidad, el banco, el Estado, el mercado y las compras por delivery, etc.; pero también, la nostalgia, la familia extendida, las amistades, los miedos por el contagio ante la mortal enfermedad y las noticias falsas generadas en las redes sociales. Por esto es que lo cotidiano pasa a tener una dimensión digital.

Este nuevo escenario ha permitido que los padres se involucren más en la educación de los hijos, participando de la enseñanza remota; las empresas se han visto obligadas a acelerar el teletrabajo, que siempre estuvo entre “los temas por ver más adelante”; el Estado paternalista que se resistía a obligar a la bancarización de los ciudadanos, ahora sí se convence en modernizar y digitalizar sus servicios, contra el reloj; el comercio electrónico adquiere mayor protagonismo, al reducirse las transacciones presenciales; y los medios de comunicación tradicionales como la prensa, radio y televisión, que han visto como el streaming o video bajo demanda, les quita horas al entretenimiento que antes monopolizaban en el hogar.

La aceleración digital se expresa hoy de muchas formas. Las reuniones sociales, cumpleaños, encuentros familiares, grupos de antiguos amigos, distanciados por la geografía, se reencuentran en plataformas de video, desarrolladas para los trabajos o la academia; ocurren seminarios y talleres de capacitación todos los días y mayoritariamente gratuitos; las personas y empresas empiezan a reconocer el valor de los contenidos online, lo que va a impulsar la formación universitaria y de post-grados en estos formatos en detrimento de las clases presenciales; y sobre todo sectores sociales que observábamos como parte de la brecha digital, como los grupos de menores ingresos, los que viven en espacios rurales o los adultos mayores, han pasado a incorporarse, cada vez más, a esta transformación digital. Ser digital hoy es más asequible y amigable, y va a cambiar la forma en que nos habíamos acostumbrado a vivir, más allá de los cambios por razones sanitarias, la nueva normalidad será más digital.

 







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