Part of face of young bearded speaker in eyeglasses making speech in front of audience at conference or summit

Por Stakeholders

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POR HANS ROTHGIESSER – Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

Hace unos años convocaron a un grupo de amigos para que sean voluntarios en un evento. Una empresa estaba realizando una chocolatada navideña para unos niños y necesitaba personas para que ayudaran a jugar con los niños, conversarles mientras comían, etc. Usualmente habrían aceptado gustosos, pero no esta vez. En esta oportunidad tuvieron que discutir si aceptaban ayudar o no por un pequeño detalle: la empresa que lo organizaba estaba siendo pagada por ello. Es decir, para ellos era un negocio organizar esta chocolatada y su estructura de costos no incluía pagar a varios de los que participarían, porque serían convocados como voluntarios. Eso es trampa.

Eso fue hace mucho tiempo. Hoy en día me pasa algo parecido. A veces me llaman para hablar en un encuentro de jóvenes o un movimiento que aspira a tener incidencia política. No siempre acepto, pero trato de hacerlo. No obstante, a veces estos eventos son organizados por empresas que son remuneradas por producir la ocasión, de tal manera que luego sus clientes puedan ser mencionados en los medios. Y en su presupuesto asumen que los oradores de la conferencia no cobraremos nada. Pero la empresa que la organiza por supuesto que sí. Y un montón de dinero. Esto, por supuesto, también es trampa.

Esta es una mala práctica que se ha naturalizado en nuestro medio. Cuando lo comento con los que ponen la plata, se molestan. Deberíamos agradecerles que por lo menos ponen dinero para todo lo operativo, menos para los que damos la cara, por supuesto. Es más, hasta se ofenden si les dices que no acudirás. Esto a pesar de que tiene un costo mantenerse vigente e informado para poder estar listo para hablar en sus gloriosos eventos cuando a uno lo llaman un día antes.

El escritor clásico de ciencia ficción Isaac Asimov una vez se enfrentó a una situación similar cuando ya era un autor reconocido. Hasta entonces había sobrevivido de vender cuentos a revistas que se vendían por dinero. Los dueños de estas revistas hacían ganancias de esas ventas y con eso cubrían los costos, lo que incluía pagar a los escritores que aportaban con sus textos. Asimov se hizo famoso en ese contexto. Sin embargo, poco a poco el mercado se fue maleando y después de unos años, los editores de las revistas ya no pagaban a los escritores, sino que ofrecían el espacio a cambio de supuestamente hacerlos conocidos. Esto llegó a estar tan naturalizado que los escritores como el mismo Asimov en algún momento tuvieron que hacer un boicot para hacerse respetar.

Aquí en el Perú estamos muy lejos de eso. No porque no suceda algo similar, sino porque los que ponen el dinero muchas veces son tan amorales, que ni cuenta se dan de que hay un problema. Cuántas historias tenemos de pedidos a uno de que participe gratis, pero a otro sí le pagan. Sabe dios cuál será el criterio para seleccionar a los privilegiados, pero ciertamente debería excluirlos de usar el término meritocracia cuando se describan a sí mismos.

Hacer voluntariado es una decisión personal que debería ser voluntaria, valga la redundancia. No debería estar obligada por un jefe que verá con malos ojos el lunes al que no fue al evento el fin de semana. Si no quieres, no vas, simple. La empresa que se apoya en el voluntariado para sacar adelante su proyecto de responsabilidad social y que le paga a un consultor para organizarla, pero que no es capaz de retribuir a los voluntarios por su tiempo, está haciendo algo mal. Y si le está pagando a unos sí, pero a otros no, está doblemente mal. Eso no es voluntariado. Llamémoslo por su nombre: explotación laboral. Y poco estratégica, dicho sea de paso. Con el tiempo estas cosas se saben y le revientan en la cara a las empresas que creen que están siendo muy astutas. Después no se quejen cuando todos estén hablando pestes de ellos.







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