Por Stakeholders

Lectura de:

Andrea Serrudo
Consultora de Sostenibilidad y Asuntos Públicos

A inicios del siglo XX surgieron grandes conglomerados petroleros que invirtieron en la exploración y extracción de este recurso. Un negocio con grandes márgenes y proyección de crecimiento, pues industrias en auge como el transporte y el metal eran sus principales demandantes.

De un lado, conforme fue creciendo la operación, los inversionistas de estos proyectos fueron inyectando más y mayores recursos con el fin de incrementar ganancias. De otro lado, los gobiernos se veían beneficiados con los impuestos derivados y, por tanto, daban carta abierta al uso de sus recursos, ejerciendo un mínimo control sobre ello. Esta dinámica continuó por años.

Uno de los principios básicos de los negocios es generar ganancias. Esto es lo primero que se aprende en etapas tempranas de la vida y de la educación superior. Una frase muy característica de este concepto es “quien entra a un negocio es porque quiere hacer dinero”, si bien no hay nada de malo en ella, desde mi perspectiva siempre le faltó una segunda parte: “responsablemente”.

Ser responsable es estar consciente de nuestras obligaciones y actuar conforme a ellas. En ese sentido, los negocios -grandes o pequeños- que interactúan en el ecosistema empresarial deben ser conscientes del impacto de sus actividades. Volviendo al ejemplo de las petroleras de inicio de siglo, los inversionistas exigían responsabilidad con utilidades cada vez más jugosas, y los empresarios se debían a ellos para hacer crecer sus negocios. Una relación de dependencia mutua con una gran oportunidad: hacer negocios responsablemente.

Las finanzas sostenibles (o verdes) nacen justamente de la necesidad de hacer responsable la cadena de valor que se inicia con las inversiones; en las que no solo se demande un retorno económico del capital invertido, sino también una reducción de efectos negativos en el medioambiente, el respeto por los aspectos sociales y la implementación de conceptos de gobierno corporativo. A esto se le llaman los criterios ASG (Ambiental, Social y de Gobernanza). Estos indicadores son utilizados por una variedad de empresas, pero aquellas que cotizan en bolsa son más sensibles a su cumplimiento ya que de ello depende muchas veces el valor de sus acciones.

De esta manera, las finanzas sostenibles aportan más que solo un grano de arena al contribuir con el crecimiento económico de la mano de un desarrollo sostenido. Es decir, preocuparse por la generación de valor e invertir hoy en financiar proyectos que ayuden con la implementación de la Agenda 2030. La banca de desarrollo tiene esto muy claro, e instituciones como el BID y el Banco Mundial ya ponen en práctica marcos normativos que acompañan los préstamos que otorgan.

Un contexto mundial como el que hemos vivido este 2020 nos demuestra que somos parte de un mundo interconectado, en el que las decisiones que tomemos hoy serán mañana parte de la vida de alguien más. Dicho esto, y para acelerar el cambio de una compleja dinámica en las inversiones, se requiere del trabajo consensuado entre instituciones públicas y privadas, empresas y sociedad.

Además, se abre una importante oportunidad para la innovación y el emprendimiento de alto impacto como agentes de cambio.







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