Por: Hans Rothgiesser
Director Adjunto Revista Stakeholders
El héroe de guerra británico Robert Stephenson Smyth Baden-Powell la tenía bastante clara. Cuando creó su propuesta educativa hace más de un siglo, que degeneró a lo que hoy conocemos como el Movimiento Scout, partió del supuesto de que las personas son buenas por naturaleza. Que un joven que cae en vicios lo hace porque no se le presenta una alternativa. Comenzó pensando que podía replicar la organización de una pandilla en algo positivo que sirviera para crear un ambiente en el cual los muchachos pudieran desarrollarse en ciudadanos de bien. En elementos positivos de la sociedad.
Baden-Powell insistió en muchas oportunidades en que había que mantenerlo simple. Sabía perfectamente que la sociedad en la que vivimos es cada vez más compleja. Solo piensen en que un ser humano hoy en día para poder garantizarse cierto nivel de éxito tiene que estudiar once años en un colegio más cinco años en una universidad más dos años de postgrado aproximadamente. Recién entonces puede decir que entiende de lo que habla y que puede dar consejos a otros.
Con el pasar de los años, el movimiento scout -al igual que tantas otras cosas que sobreviven en nuestra sociedad postmoderna- se ha complicado. En el Perú te piden llevar cursos y talleres para poder ser dirigente, independientemente de si eres experto en educación o si tienes amplia experiencia en proyectos educativos. Hay objetivos y mallas y fichas y muchos otros papeleos que le piden a uno para poder hacer las actividades más sencillas. Mientras tanto, el objetivo principal se ha olvidado. Ya casi no se menciona el hecho de que el movimiento existe para crear mejores ciudadanos. Y que eso muchas veces no pasa por planear proyectos sociales o intervenciones en comunidades o hacer colectas o ayudar en procesiones.
Se trata de crear el escenario en el cual un joven puede encontrar el camino para ser buen ciudadano. Quizás para que sea un buen abogado, recto y honesto. Quizás un ingeniero civil, comprometido con su sociedad. Quizás un empresario, preocupado por brindar un producto de calidad a la gente. Quizás un médico. Quizás un docente. Quizás un arquitecto. Lo que sea. Pero lo mejor que pueda, de tal manera que su aporte sea positivo. Que el balance de su paso por este mundo haya sido algo bueno.
A veces nos pasa que estamos tan empecinados en sacar adelante un proyecto o una iniciativa que nos pasa algo similar. Olvidamos que la responsabilidad social se trata de hacer algo que aporte realmente a los stakeholders. A veces nos olvidamos del impacto final y queremos algo que se vea bonito, por lo que gastamos más dinero en un diseñador, en vez de más materiales para el beneficiado final.
¿Cuántas veces han escuchado de un proyecto de responsabilidad social que es bien recibido por una comunidad porque les da trabajo, no porque valoren el producto final? Desde obras de infraestructura hasta talleres de capacitación. Ganar premios o presentar material hermosamente diseñado es secundario. Lo principal es el equivalente a tender el camino hacia mejores ciudadanos.
Por otro lado, con tanto diagnóstico y asesoría y modelo y tendencia a veces puede que uno se abrume y termine impulsando un proyecto de responsabilidad social que no necesariamente sea el de mayor impacto. O por el contrario, puede que deje pasar uno que sea el perfecto para el contexto en el que se opera, pero que es ignorado por algún detalle de alguna evaluación. A veces el mejor criterio es conocer bien a la comunidad y el contexto y partir de ahí. Lo demás debería ir cayendo en su lugar con el tiempo si es que se hace las cosas bien.