Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

La preocupación por el medio ambiente no es nueva y una de sus aristas es la promoción de las energías renovables. Tenemos muchas razones para dedicarle tiempo y esfuerzo en fomentarlas para que estén cada vez más presentes. Por ejemplo, que ya son una realidad. Por mucho tiempo algunos dudaban de que específicamente la energía eólica fuese a ser una alternativa realista, considerando sus costos y la delicadeza de la tecnología -de hecho, yo era uno de ellos-, pero esta opción ha avanzado mucho en los últimos años. Los subsidios y las ayudas en algunos países del primer mundo han dado buenos resultados. Y de esto hace ya un buen tiempo. Para el año 2010 la Asociación Mundial de Energía Eólica ya reportaba una capacidad mundial para generar 200,00 MW en total, equivalente a 200 estaciones nucleares. Esta capacidad solamente iba a ir en aumento. La capacidad instalada para energía eólica podía generar en ese entonces ya el 2.5% de toda la demanda de electricidad del planeta.

La energía eólica es limpia y es inagotable. A diferencia del petróleo y del carbón, viento siempre va a haber en la superficie de nuestro planeta. Es más, al estar disponible donde sea, reduce la dependencia de países con otras formas de energía. Por ejemplo, del petróleo que nosotros tanto importamos. Y en ese sentido, reduce los incentivos a conflictos bélicos por el control del recurso, pues viento hay en todos lados.

Además, la energía eólica es segura. A diferencia de la energía nuclear o de otras alternativas, no hay peligro de que un campo de turbinas explote o genere un gran desastre ambiental o un derrame.

En la medida en la que viento hay en todos lados y es abundante, es un recurso que será relativamente menos costoso que otros recursos agotables que, en la medida en la que serán cada vez más escasos, tenderán a costar cada vez más. El petróleo es el mejor ejemplo. No sólo eso, sino que la escasez de éste es manejada por un cartel mundial de productores que terminan controlando el precio a través del control de la cantidad producida. Con la energía eólica no tenemos ese problema. El viento es de todos y no tenemos que pagarle a nadie por usarlo. Los costos vienen por la parte de la instalación de la tecnología, su mantenimiento y reparación. Estos, que alguna vez han sido altísimos, hoy están tendiendo a ser cada vez menores gracias al avance de nuevas innovaciones.

Un buen ejemplo a seguir es el español. En el 2021 la energía eólica superó a la nuclear y lideró la generación de electricidad en ese país. Con esto, todas las fuentes renovables de energía cubren ya casi la mitad de la demanda del país, el 47% de total. Hace apenas una década era 30%. Pero este proceso no va a acabar aquí. Según los planes del gobierno español, la potencia instalada para generar energía a partir del viento se va a duplicar para el 2030. Esto le viene como anillo al dedo en un contexto en el que los precios del gas natural se están disparando y los derechos de emisión de dióxido de carbono en Europa se están elevando considerablemente.

El precio de la turbina ha caído 54% entre 2010 y 2019. Esto, a su vez, no quiere decir que las turbinas sean más pequeñas, sino todo lo contrario. Ahora se dan el lujo de ser más grandes y capturar más viento. Hemos pasado de turbinas de 17 metros de altura en 1980 a 100 metros en el presente. Así que cada vez hay menos razones para no darle más atención a esta alternativa de generación de energía que puede ser la solución a varios problemas juntos.







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