Por: Hans Rothgiesser
Director Adjunto de la Revista Stakeholders
Desconfiar implica un costo. Este costo puede ser tiempo, dinero o algún otro recurso. Pero siempre implica un costo.
Por ejemplo, si uno desconfía de sus trabajadores tendrá que instalar cámaras para revisar todo el tiempo que estén haciendo lo correcto. Hoy en día ésa es una opción relativamente barata en comparación a lo que costaba antes. Uno puede instalar cámaras digitales que luego por medio del wifi del centro de trabajo se conecten a internet directamente, de tal manera que uno pueda ver en tiempo real lo que están haciendo sus empleados desde su celular. Suena paranoico, pero he conocido empresarios que lo hacen. Y si en plena reunión ven que uno de los trabajadores hizo algo mal, llama por celular al supervisor a decirle que haga algo al respecto.
En ese sentido, el costo de la desconfianza no solamente es el dinero que uno gastó en las cámaras o en el software, sino además el tiempo que uno le tiene que estar dedicando a estar atento a las cámaras todo el tiempo. Ese es tiempo que el empresario podría estar aplicando a algo más.
Si eres de los pocos padres que confían en que sus hijos hagan sus tareas (o si simplemente no te importa), quizás puedas aprovechar mejor el tiempo que usas en llegar a la casa y revisar que hayan hecho todo lo que de alguna u otra manera el colegio te ha informado que deberían de hacer. Muchos colegios mandan correos electrónicos a los padres, en vez del cuaderno escrito a mano que éstos tenían que firmar todos los días para enterarse precisamente de ello. Nuevamente, todo un sistema que se implementa porque no hay confianza. La desconfianza cuesta tiempo y creatividad a la hora de aplicar los castigos a los que no hacen la tarea.
Un ambiente en el que los agentes económicos representan un medio más competitivo, porque hay costos que se ahorran. Si confío en que mi proveedor me va a cumplir, no voy a invertir en tener opciones listas por si me falla. Si confío en que me entregue los insumos tal día a tal hora, no tengo que parar la producción, porque su llegada efectiva a la planta es totalmente incierta. Si hay confianza, todo es menos costoso.
En los últimos años se ha hablado mucho de la necesidad por promover mayor competitividad en el sector privado peruano. Y por el otro lado se habla de una necesidad de parte de los empresarios peruanos con valores y principios.
Lamentablemente, en este tema se aplica teoría de juegos. Yo le ahorro costos a otros en la medida en la que soy confiable. ¿Qué asegura que aquellos de los que dependo reaccionen positivamente a esto y también sean confiables? Si yo dirijo una empresa que siempre entrega todo a tiempo, pero tiene que cargar con proveedores que son incumplidos y riesgosos, yo estoy atrapado en un fuego cruzado. No obstante, no hay otra forma de iniciar la bola de nieve.
Y bien que nos hace falta. Según el documento What worries the world? – February 2017 de Ipsos, más de la mitad de los peruanos -el 63%, ni más ni menos- considera que el país está yendo por el camino equivocado. El segundo problema que más les preocupa con respecto a esto es la corrupción financiera y política, con un 53%, por encima de educación, desempleo, pobreza e inequidad. Estos dos porcentajes podrían sonar como desastrosos, pero en realidad están cerca al promedio mundial. El 62% en el mundo considera que se está dirigiéndose por el camino equivocado. Y a nivel mundial la corrupción financiera y política también está en el segundo lugar.
Necesitamos insistir en un ambiente de confianza, lo que pasa por evitar celebrar los casos de peruanos que se las dan de vivos y pasan por encima de otros. Sigamos por el camino de persistir en que pasarse el rojo no te hace el más astuto de la manada, sino el más desconsiderado. Y cuando te pasas de vivo con tu cliente y no le entregas lo prometido en el tiempo acordado tampoco.