El agricultor más allá del Bicentenario

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El agricultor más allá del Bicentenario

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Por: Casandra Llosa Montagne 

En el presente reportaje, reflexionaremos acerca del futuro del agricultor más allá del Bicentenario, basándonos en un caso de emprendimiento social que involucra la inserción de una nueva tecnología para la elaboración de café, el cual beneficia a los agricultores en toda su cadena de producción.

Cristóbal Olóstegui es un agricultor de 60 años del distrito de Río Negro, de la provincia de Satipo. Él produce hace 40 años café orgánico y pertenece al 59% de personas con más de 45 años que se dedican a la actividad agropecuaria en el Perú. Al igual que un 30% de productores agropecuarios[1], Cristóbal cuenta con primaria incompleta, lo cual es bastante crítico si se considera que el 58,4% de la población pobre del Perú se dedica a la agricultura, pesca y minería.[2]

Si bien existe el boom de la agro exportación a gran escala, los pequeños agricultores concentran la mayoría del suelo agrícola, así, el 25% de las unidades agropecuarias son de 0.5 a 4.9 hectáreas y un 28% de 5 a 24.9 hectáreas (INEI:2012). Es decir, más de la mitad de suelos agrícolas del Perú están atomizados en pequeñas unidades agrícolas trabajadas por agricultores como Cristóbal.

En el 2011 se trazaron metas para el bicentenario, incluyendo el desarrollo de la agricultura, pero poco o nada acerca del futuro del pequeño agricultor, y, menos aún, acerca de quiénes serán los agricultores en la siguiente generación. Si consideramos que los cambios generacionales se dan cada 30 años y en el último censo nacional agropecuario realizado el 2012 contamos con tan sólo 12% de agricultores entre 15 y 29 años, podríamos suponer que en el siguiente cambio generacional se verá reducido el número de agricultores, tomando en cuenta la edad promedio de los agricultores en la actualidad.

En este contexto, es clave realizar un análisis prospectivo más allá del bicentenario, tomando como punto de partida que nos encontramos en un momento clave para el Perú denominado bono demográfico, donde la población joven es predominante y será el grupo pujante que moldeará un nuevo modelo de desarrollo, pero ¿cuántos de estos jóvenes serán agricultores?

Quizá no muchos, ya que el oficio del agricultor ha perdido valor en los últimos años, por muchos motivos, entre ellos, porque no es rentable, implica muchos riesgos, por la migración del campo a la ciudad y porque las exigencias del mercado son cada vez más altas, pero el acceso a la tecnología y financiamiento para los pequeños agricultores es limitada. Es decir, el agricultor hoy cuenta con barreras en lugar de oportunidades para desarrollar su oficio de manera plena, lo cual lo hace poco atractivo para los jóvenes.

Veamos el caso del café: en el Perú 223 mil familias de pequeños agricultores viven del café y son dueñas del 85% de las tierras agrícolas, siendo el producto que ocupa el primer lugar de superficie agrícola cultivada con el 10,2% del total (INEI:2012). Este escenario se contrasta con el 12% de ganancias que recibe el productor de café por cada bolsa de 250 gramos. A pesar que el agricultor es el responsable del 70% de la cadena de producción de esa bolsa, tan solo recibe el 12% de ganancias porque no cuenta con las herramientas, redes, ni conocimientos para realizar el 30% del trabajo restante, donde se concentra la mayor ganancia.

Ante esta situación, surge en el 2015 el emprendimiento Compadre, que tuvo como fundamento el descubrimiento de una tecnología que pueda ayudar a los agricultores a completar la cadena de producción del café. La iniciativa comenzó con un grupo multidisciplinario de jóvenes: Juan Pablo Perez, ingeniero mecánico, Francois Veynandt PhD en Concentración Solar – sí, esa carrera existe y no son más de diez en el mundo – José Uechi, diseñador industrial y Fiorella Belli, antropóloga.

Foto de Luz Guzmán

Los compadres crearon una máquina tostadora de café solar compuesta por una parábola de tecnología open source, a la cual le han incorporado un tambor tostador de café, que requiere de una serie de cálculos matemáticos para captar los rayos solares y realizar un tostado parejo del café. Mientras se probaba esta nueva  tecnología identificaron que era necesario concentrar el calor para contar con un proceso de producción continuo y que no dependa de la disponibilidad de sol, así crearon la única máquina tostadora de café que utiliza calor solar concentrado. Lo que permite producir un café ecológico, que emite un 40% menos de emisiones de dióxido de carbono que una cadena de producción convencional (que incluye una maquina tostadora eléctrica o a gas), lo que genera un producto más atractivo para el mercado.

Sin embargo, las tecnologías por sí solas no generan desarrollo, ni mucho menos un cambio social, por lo cual conversamos con Fiorella Belli tomándonos una taza de café Compadre. Ella nos cuenta que «al principio hubo mucha resistencia de aprender algo nuevo y aún más de participar del siguiente paso de la cadena de su propia producción. Los agricultores no estaban acostumbrados a tostar, era algo ajeno para ellos”.

A pesar de las dificultades, empezaron con Cristóbal, quien al momento de arrancar el proyecto contaba con una deuda en una caja municipal, la cual al primer año de trabajo con Compadre logró pagar sin penalidades, como estaba acostumbrado a hacerlo. Además, Cristóbal incrementó sus ingresos anuales en un 70% y dejó los microcréditos. Su experiencia generó un efecto multiplicador, incluyendo a más agricultores que asumieron el reto.

Entonces, a partir de agricultores dispuestos al cambio y consumidores responsables es que surge la marca Compadre, buscando generar relaciones de compadrazgo, que en la tradición andina implica la creación de lazos familiares por elección a partir de un acto o ritual de por medio. En este caso, el acto sería realizar la compra del café, lo que genera que el consumidor y el agricultor se acerquen en una relación de compadrazgo que implica transparencia e igualdad.

Compadre apuesta por el mercado peruano que cuenta con un paladar cada vez más exigente, no sólo de un buen café, sino de un café responsable. Fiorella nos cuenta que en el 2015 el Perú tenía como consumo de café per cápita anual 0.5 kg; este año pasamos a los 0.65 kg. Mientras que países como Alemania toman 7 kg de café por persona al año, en contraste con el Perú que es un país productor de café, más no consumidor.

Además del impacto económico que genera en la vida de los agricultores, este proyecto genera un impacto social que no se puede traducir en cifras, que es la revalorización del oficio del agricultor, considerándolos capaces para aprehender nuevas tecnologías que les permitan participar de más pasos de la cadena de producción, de manera que valoren su trabajo. En este proceso suceden experiencias maravillosas como las que nos contó Fiorella: “Los agricultores, por lo menos de café, no están acostumbrados a consumirlo, ya que ellos se quedan en la cosecha y secado del café, para luego venderlo. Lo que pasó cuando empezamos a trabajar con Cristóbal es que nos dijo que era la primera vez en su vida que lo probaba. Ahora todos los días a las cinco de la tarde se toma una taza de su propio café”.

Entonces, más allá del bicentenario, le toca al Perú reconquistar a los jóvenes para que no dejen el campo, que lo apropien, que ya no será el campo de sus padres. Será clave en ese proceso contar con proyectos como el de Compadre que tiene como objetivo final la revalorización del oficio del agricultor, demostrando que es posible un campo más profesional, que los agricultores cuentan con la capacidad de dominar nuevas tecnologías y que puede ser un negocio rentable. Lo que a la larga será más atractivo para los jóvenes, para que sea más común escuchar: “Yo quiero ser agricultor cuando sea grande”.

 

[1] Fuente: INEI. IV Censo nacional agropecuario, 2012

[2] Fuente: INEI. Informe técnico: Evolución de la pobreza monetaria 2007-2016, 2017




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