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El avance del sector en mercados internacionales trae consigo contribuciones para la sostenibilidad ambiental del planeta. Sin embargo, entre los retos que se enfrenta la agroindustria en el país está la informalidad y la inclusión de todos los actores de la cadena productiva.

POR RENZO ROJAS
rrojas@stakeholders.com.pe

Después de la minería, el sector agrario representa una de las actividades económicas que más desarrollo trae al país. Su importancia radica, por ejemplo, en el más de 5% de contribución al PBI nacional y su gran potencial en la exportación de productos, a lo que suma el empleo de aproximadamente el 25% de la Población Económicamente Activa (PEA), de acuerdo a información previa a la pandemia del Ministerio de Economía y Finanzas.


En todo este panorama, la industrialización del sector tiene un rol fundamental, especialmente en una época de recuperación económica, proceso que debe incorporar inexorablemente a la sostenibilidad para así generar beneficios a todos los actores de la cadena productiva.

Al respecto, Angie Higuchi, investigadora y docente asociada de la Universidad del Pacífico, señala que hablar de una agroindustria sostenible tiene relación con garantizar la seguridad alimentaria de la generación presente y también de la futura, desde una perspectiva que promueva el uso sostenible de recursos naturales, suelo y agua.

“Ejemplos de agricultura sostenible serían el empleo de buenas semillas; el uso de tecnología para evitar el desperdicio del agua como el riego por goteo así como aplicaciones de tecnología de precisión de agua y abonos de calidad (como el uso del biol y compost) más focalizados en la planta y no al arrastre; la reducción del laboreo; el respeto por la biodiversidad con una buena asociación de cultivos y más”, sostiene.

Asimismo, indica que los aspectos social y económico, y una visión íntegra de la sostenibilidad también son preponderantes para una agroindustria sostenible, sobre todo si es una actividad que tiene básicamente como espacio la zona rural del país, territorio
donde se requieren cerrar ciertas brechas de servicios.

“El sector es un gran generador de empleos en las zonas rurales donde se requiere mucho más impacto y desarrollo económico. Ha traído todo un circuito económico positivo que ha ayudado a miles de familias a salir de la pobreza, elevar su calidad de vida
y tener expectativas de crecimiento”, indica Gabriel Amaro, director ejecutivo de la Asociación de Gremios Productores Agrarios del Perú (AGAP).


En esa línea, lo que además se busca es que el bienestar esté al alcance de todos los participantes de la cadena productiva. Así lo afirma Karina Yachi, directora ejecutiva del Instituto de Desarrollo Agroindustrial (INDDA): “Solo con una agroindustria sostenible se puede lograr mejorar las condiciones de vida de las personas. Asegurar el acceso a todos los individuos, sean del
primer eslabón de la cadena, intermediarios o consumidores, a beneficios y oportunidades en esa búsqueda que queremos todos que es una vida plena con mejor salud”.

Responsabilidad ambiental y tecnologías


La lucha contra el cambio climático o la conservación de la biodiversidad son campos donde la agroindustria puede contribuir considerablemente, dado que se convive con el medio ambiente en la cotidianidad. Gabriel Amaro menciona que más allá de una normativa ambiental reguladora del sector y responsabilidad propia, en la actualidad los mercados piden de por sí un mayor
compromiso al respecto.


“Es una industria que poco a poco va adaptándose a las tendencias mundiales. Tiene que ver, por ejemplo, con el cuidado desde la eficiencia en el uso del agua, la huella de carbono, adaptarse a las exigencias de los mercados que cada vez te piden la utilización de menos pesticidas”, subraya.

Por su parte, Karina Yachi explica que la agroindustria conlleva conceptualmente abordar las transformaciones que provoca toda industria normalmente. En la utilización de energías, generación de residuos o gestión del agua, se llegan a alterar estados naturales. He aquí el reto para minimizar o mitigar los impactos que se puedan generar en el entorno desde el sector.

“Ya existen experiencias interesantes en Israel, por ejemplo, en las cuales las aguas servidas vuelven a la agricultura y ese regreso, obviamente, no es para productos de consumo como las frutas y hortalizas, sino a otros tipos como el algodón que no es de ingesta directa. Por otro lado, está la práctica de procesos eco amigables o verdes en las plantas de producción, un consumo energético desde las energías renovables”, manifiesta.

Refiere que en esta tarea el empresariado también puede sumarse a la solución de la crisis ambiental. Es por ello que en el sector se requiere inversión en investigación científica, para aplicar prácticas técnicas eco amigables, a lo que se añade que las certificaciones son un instrumento que toman en cuenta criterios en favor de la sostenibilidad ambiental e impulsan actuar en
este escenario.

Sobre este punto, Angie Higuchi sostiene que en los mercados internacionales de ahora hay requerimientos como que los productos sean lo más orgánicos posibles. Es decir, que no tengan pesticidas en todo el círculo desde los inicios de siembra hasta la manufactura. Otros factores que se consideran son el uso de menos empaques y envases, el uso de tecnologías como drones para el mejor control de la actividad agrícola o hasta un trato justo al agricultor de quien proviene el producto, entre otros.

Angie Higuchi
Profesora de la Universidad del Pacífico
Gabriel Amaro
Director ejecutivo de la Asociación de
Gremios Productores Agrarios del Perú
(AGAP)

“Para poder tener competitividad, la oferta peruana se adapta a las exigencias de la demanda internacional. Para poder avalar muchos de estos puntos, muchas agroexportadoras se han adaptado a la demanda internacional ofreciendo productos con certificaciones como Fair Trade, GAP, HACCP, GMP y certificación orgánica, entre otras”, afirma.


En el Perú, el sector agroexportador se muestra muy activo al momento de adoptar estos criterios, debido a que existe una exigencia que irá aumentando principalmente en los mercados de alcance global y que prometen favorecer la inclusión del enfoque sostenible en las empresas.


“A nivel de la agroindustria peruana se observa un dinamismo interesante en las empresas, principalmente en las exportadoras dado que existe una presión de los mercados que son exigentes a cumplir con estándares de calidad. Por ejemplo, en Europa se busca la sanidad de los alimentos y no solamente certificaciones que incluyen una revisión de cómo se produce y qué impacto tiene, sino hasta aquellas que van desde certificaciones orgánicas en la búsqueda de la menor contaminación o alteración química del alimento”, explica Karina Yachi.


Por ello el rol de la tecnología e innovación es crucial en la agroindustria peruana, sector que pone en lo alto al país en la exportación de distintos productos como arándanos, espárragos, uvas, entre otros, y que necesita estar a la vanguardia de los avances tecnológicos para generar eficiencias y, además, permitir una mayor presencia en los mercados mundiales.

“Hoy en día los productos agrarios peruanos están en más de 150 países. Competimos de igual a igual con cualquier país desarrollado. Hay que tener lo que nos hace más eficiente y eso tiene que ver con nuevas tecnologías. Hay que estar permanentemente conectado con lo que sucede en el mundo del conocimiento, para aplicar nuevas soluciones en los procesos”, asevera Gabriel Amaro.


Desafíos para la agroindustria

Uno de los desafíos importantes para la sostenibilidad que enfrenta la agroindustria tiene que ver con la reducción de la informalidad, que no afecta solo a este sector, sino también al resto de actividades económicas y que se sitúa en más del 70 %, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

“El problema que tenemos en nuestro país es que las políticas públicas no siempre dan resultado y en vez de promover la actividad económica formal, por el contrario, el efecto ha sido el no esperado. Entonces tenemos ya cerca de un 80 % de informalidad en todo el país, en general en todos los sectores”, complementa Gabriel Amaro.


Por otro lado, Angie Higuchi agrega que debido a que el país posee un contexto agrícola fragmentado, hay productores peruanos que se ven tentados ante la oferta de producir monocultivos, no necesariamente originarios del Perú, lo que implica el empobrecimiento de la tierra en general, usando altos niveles de pesticidas (permitidos según los países que importan dichos productos), así como también gran cantidad de abonos y de agua. Esto debilita al sistema agrario y, por supuesto, a la sostenibilidad del mismo.


“En casos concretos como el de Ica, donde existe un problema hídrico severo, se puede comprometer los volúmenes de agroexportaciones en el corto plazo de no adoptarse soluciones efectivas para solucionar este problema; o el de la selva peruana, donde existe una expansión de tierras agrícolas mediante la tala de bosques para conversión a la agricultura de productos como
la palma o el cacao, por citar algunos ejemplos”, puntualiza.

¿Segunda Reforma Agraria?

Los tres especialistas coinciden en que cualquier acción que se dé en el sector agrario debe ser desde una mirada holística, considerando a todos los actores. Para la profesora Angie Higuchi, hay cuestiones en esta reforma que debería tomarse con cautela, entre ellas el hecho de plantear una franja de precios, lo cual acarrearía un beneficio mínimo para unos pocos productores locales y, a su vez, un incremento de precios en productos que se importan a gran escala como el trigo, el maíz, el arroz, la
leche en polvo y el azúcar.


En lo que concierne a la sostenibilidad, señala que “no existe una mención al cambio climático, al respeto por cultivos ancestrales ni tradicionales, ni a las comunidades indígenas ni amazónicas, ni cómo se dará el uso de agua, entre otros puntos que son parte de nuestra identidad y que son muy valorados por el mercado internacional. Algo grave que no se está divisando dentro de esta segunda reforma agraria es una inexistente convocatoria a los agroexportaores”.

Por su parte, el directivo de AGAP prefiere no referirse a este planteamiento como reforma en sí misma. En su consideración, lo que necesita el sector es una transformación competitiva y productiva, algo que ya se viene dando de la mano con la agroexportación y la agroindustria, pero que necesita incluir en la cadena de productividad a en su totalidad a los agentes participantes, como los pequeños agricultores.

“El sector empresarial organizado desde AGAP siempre hemos estado dispuestos para colaborar en la política pública. Tenemos conocimientos, mercados desarrollados, tecnologías. Hemos desarrollado toda una línea de educación técnica por competencias.
Podemos aportar”, indica y muestra su disposición a entablar comunicación con el Estado.


Es más que claro que cada actor debe ser convocado para un diagnóstico en conjunto. Para Karina Yachi, quien desde su perspectiva personal también ve más allá de una reforma lo que necesita el sector, coincide en lo anterior.

“Aquí hay que darle el peso a cada actor, al agricultor que se encarga de que exista una manzana, un camu camu, un arándano. Al conjunto de empresas que hacen un grueso de inyecciones de inversión y dinamizan el sector, y logran que campos que no eran fértiles pues realmente ahora sí sean aprovechables para la agricultura. Lo que tiene que existir es la normativa, una que permita que la inversión en niveles confiables”, señala.

Equipo del Instituto de Desarrollo Agroindustrial (INDDA) de la Universidad Nacional Agraria La Molina, liderado por Karina Yachi.






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