Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

Quizás ya hayan escuchado esta. Una vez un profesor escolar de matemáticas estaba aburrido y no tenía ganas de hacer clases, así que en vez de postular a la presidencia, decidió plantearles a sus estudiantes una tarea que les tomara la hora que duraba la sesión. Les dijo que tenían que sumar todos los números del uno al cien. Es decir, sumar uno más dos más tres más cuatro, etc., hasta llegar a noventa y ocho, noventa y nueve y cien. Al comienzo sería fácil, pero luego de unos cuantos números sería algo tedioso. Así dejarían en paz al profesor, que así con todo lo vago y despreocupado que era, por lo menos se presentó a su trabajo, en vez de ir a hacer labor sindical. 

Para mala suerte del docente, uno de sus estudiantes era Johann Karl Friedrich Gauss, quien luego sería un célebre matemático alemán. Él calculó que la respuesta era 5,050 casi de inmediato. Lo hizo encontrando un patrón en el proceso de la suma. En vez de sumar uno más dos más tres más cuatro, etc., agrupó los números de dos en dos: uno con cien, dos con noventa y nueve, tres con noventa y ocho, etc. Cada uno de esos pares de números tenían el mismo resultado: ciento uno. De esa manera lo único que tuvo que hacer era multiplicar ese resultado por el número de pares que había formado, cincuenta. Ciento uno por cincuenta da como resultado 5,050. Listo.

La leyenda dice que Gauss fue resondrado por ser supuestamente flojo. ¿Qué es eso de estar buscando atajos para cumplir con una tarea? Si les habían dicho que sumen número por número, eso era lo que tenían que hacer. Sin embargo, ¿qué acaso no es el resultado lo que importa? No para este profesor. Como si acaso la búsqueda de atajos no hubiese sido el punto de origen de los más grandes descubrimientos e invenciones de la historia de la humanidad.

Es curioso que en dos siglos, mantengamos esa mentalidad primitiva para justamente restringir la educación. Nadie dice que no se regulen a los colegios, por supuesto. No obstante, nuestro Ministerio de Educación tiene muchas de estas taras. Y si lo hiciera tan bien en la escuela pública, entendería que tuviese la soberbia de decirle a los privados cómo hacer las cosas. No obstante, ése no es el caso. Tomemos como ejemplo el retorno a clases.

Desde antes de la pandemia ya habíamos tenido algunos colegios privados que habían estado experimentando con el uso de plataformas virtuales para brindar un servicio más completo. Universidades también. Estos habían tenido problemas para que el Ministerio de Educación y sus restringidos moldes aceptaran esto. De pronto, llega la pandemia y aquellos pocos colegios que se habían rebelado para experimentar con estas opciones tenían una ventaja para ponerse al servicio de los niños y ayudarlos a que no se queden atrás en su educación. ¿El ministerio los ayuda? No, por supuesto que no. Saca normas por las cuales los colegios privados deben mostrar su estructura de costos (lo cual va contra toda lógica de competencia en el sector privado) y a congelar mensualidades, entre otras joyas. 

En vez de trabajar con los colegios privados en repotenciar esas experiencias positivas, por el contrario, decide considerarlos un enemigo al que hay que controlar. Las consecuencias las podemos ver hoy en día con mayor claridad. Aquellos que habían estado buscando un atajo para aprovechar nuevas tecnologías eran el alumno malcriado que no hizo lo que le habían dicho que haga. No importaban los resultados.







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