Por Stakeholders

Lectura de:

Alfredo Estrada Merino
Director del Centro de Sostenibilidad de la
Universidad de Lima

La pandemia sacó a la luz la fragilidad de la humanidad y del planeta, poniendo a prueba la capacidad de respuesta y dejando lecciones a diversos sectores, entre ellos el educativo universitario. 

La formación universitaria no presencial ha sido una práctica generalizada, por razones de bioseguridad; esta experiencia deja una enseñanza importante: el futuro de la educación superior estará definido por la gestión efectiva y eficaz con que se adopte la alfabetización tecnológica en tres elementos vitales del ecosistema académico no presencial-híbrido: procesos, entornos y actores de formación. Esta adopción finalmente será exitosa en tanto sea dinámica, empática y ética. 

Actualmente, el retorno a la vida universitaria, en formato híbrido, es el tema de agenda. Para este nuevo desafío, además de contar con estrategias de innovación en tecnologías educativas, el referido ecosistema debe ser fortalecido con un planeamiento integral donde lo organizativo, lo curricular y lo didáctico converjan hacia un factor, que es clave en la etapa de transición a la formación universitaria híbrida: el empoderamiento, la estabilidad emocional y la confianza tanto de docentes como de estudiantes. 

En otras palabras, sin el factor humano correctamente atendido, el ecosistema de enseñanza-aprendizaje en formato híbrido no tendrá éxito. Este tema es neurálgico, no solo para el cumplimiento de los logros de aprendizaje y la formación de competencias, sino también para emprender, desde el docente, desde el alumno o colaborativamente, nuevas formas de enseñanza, de aprendizaje y de aprehensión, respectivamente. 

El docente, como creador de nuevas formas de facilitar y construir conocimiento con los estudiantes, debe ayudarse con las habilidades blandas que haya adquirido para el manejo de entornos híbridos, además de las competencias didácticas en este formato de enseñanza. Existe un componente clave que el docente “híbrido” debe interiorizar, que es el funcionamiento del proceso cognitivo integral en este tipo de entornos, y se recomienda partir de la pregunta: ¿de qué manera puedo entender el funcionamiento del proceso híbrido desde mi rol docente? Que el docente haga suya la lógica del proceso híbrido le permitirá ser un interlocutor eficaz con sus estudiantes, construir formas de comunicación novedosas con ellos, facilitando, junto con estrategias como la “actividad auténtica” o las de gamificación, el cumplimiento de los objetivos académicos planteados. 

No podemos negar que, al regresar a las aulas, sean estas físicas o virtuales, ni los docentes ni los estudiantes serán los mismos. La interacción docente-estudiante, sea esta sincrónica o asincrónica, requiere de una dosis de empatía y didáctica para poder asegurar la efectividad y el progreso en los alumnos.

La formación universitaria híbrida se define por sus resultados, los que se basan, desde una mirada ética, en la autonomía y la autorregulación. Esta es otra importante oportunidad que nos brinda el formato híbrido: enseñar y aprender en espacios y tiempos distintos, donde la consistencia y la ética deben ser aplicadas por todos los actores involucrados, lo que permitirá el logro de las actitudes y competencias que se buscan para los profesionales del futuro. El enfoque holístico de este formato expone a la luz la necesidad de ajustar de forma disruptiva la estrategia y la estructura formativa, tanto en las metodologías como en la evaluación. 

Finalmente, la primera etapa de inserción al formato híbrido se debe entender como una fase de transición estratégica, compuesta por nuevos procesos, entornos y actores, pero también como un espacio para fortalecer la calidad académica y la creación de valor en el perfil del estudiante, contribuyendo a su formación como profesional y como ciudadano.







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