Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

Pocas cosas han ayudado más al progreso de la humanidad que la definición de la propiedad privada. Así es como salimos a trabajar en las mañanas, sabiendo que del fruto de nuestro trabajo se me asignarán recursos -mi salario, que será mi propiedad-, con la cual podré comprar comida -mía, también mi propiedad-, que llevaré a mi hogar para con eso alimentarme yo y mi familia. Y sí, por supuesto que aún tenemos muchos compatriotas cuyo salario no alcanza para un estilo de vida razonable. 

Es nuestra misión como país encontrar la manera de ayudarlos. Violar el derecho de propiedad, quitándole a unos para dárselo a otros, rompe con esta lógica y genera una serie de incentivos perversos, en los cuales ya no tengo que preocuparme por trabajar o por esforzarme o por ser más eficiente, porque existe la opción de apropiarme de la propiedad de otro. Dejamos entonces de vivir en una economía de libre mercado para vivir en el Viejo Oeste, en donde no gana el que tenga la mejor arma, sino el que tiene más influencia en el gobierno. 

En el medioevo no había respeto por la propiedad privada. Por otro lado, monasterios poseían libros que eran muy costosos. Así que, para desincentivar a ladrones a llevárselos, se difundió que existían terribles maldiciones a aquellos que se atrevían a robar uno de estos libros. Los males que perseguían supuestamente a los ladrones incluían excomulgación inmediata, transformación en serpiente, entre otros. Con el tiempo advertencias a estas maldiciones eran incluidas en los textos de los libros mismos. Este recurso terminó siendo tan útil que se siguió usando hasta inicios del siglo 20.

Ahora bien, ¿cómo hacemos entonces para preservar y gestionar adecuadamente los recursos que son de todos al mismo tiempo? Por ejemplo, el agua. El recurso hídrico en el Perú supuestamente es de todos, lo que a su vez quiere decir que es de nadie. Si alguien lo roba o lo usa sin permiso, ¿quién le echaría la maldición? ¿Toda la comunidad sosteniéndose las manos, cual película japonesa de terror? Poco probable, considerando que no nos podemos poner de acuerdo en las decisiones más básicas. 

Hemos probado entregarle el manejo del agua en la capital a una empresa pública. ¿Eso ha funcionado? Muchos defensores del intervencionismo dirán que sí, que por supuesto, porque el agua es vida y que por eso debe estar en manos del Estado. Sin embargo, los vecinos de San Juan de Lurigancho no estarían de acuerdo. Los atrasos en las inversiones comprometidas, los problemas de gestión y los conflictos con los proveedores han hecho de Sedapal una empresa pública difícil de defender. Aun así, la defienden, por supuesto.

Administrarlo de forma comunal también ha traído problemas. Las Juntas de Regantes alrededor del Perú, que administran el agua disponible para campesinos, han generado noticias de corrupción y de malos manejos en todas partes. En el 2015 se sacó un reglamento nuevo específicamente para hacer frente a la corrupción en estas juntas. Entonces, ya es hora de que consideremos cambiar ese modelo también. 

En algún momento se consideró la posibilidad de concesionar a un privado la administración de este recurso. Por supuesto que esto generó protestas y marchas por parte del sector de la sociedad peruana que odia todo lo que tenga que ver con el sector privado. Sin embargo, ¿saben qué no generó? Propuestas para administrar mejor este recurso. Y maldiciones medievales tampoco.







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