María Hinostroza,
PhD Candidato en Sostenibilidad
Ambiental en la Universidad de Ottawa
La importancia de la biodiversidad es frecuentemente menospreciada. Sin embargo, tiene un rol clave en la urgente lucha por superar la crisis ambiental que enfrentamos. Empecemos por recordar que la biodiversidad se refiere a la variedad de especies vegetales y animales que viven en nuestro planeta. Estas distintas formas de vida se encuentran organizadas en sistemas complejos que, entre sus múltiples beneficios, permiten que el equivalente a un 60% de las emisiones anuales de dióxido de carbono sean absorbidas por los océanos y por las selvas. Sin embargo, la ciencia nos ha confirmado que estos ecosistemas también se caracterizan por ser frágiles y que la desaparición de uno de sus elementos puede tener un efecto multiplicador y finalmente poner en riesgo la sostenibilidad del sistema entero. Por ejemplo, la desaparición de los insectos a cargo de la polinización de las plantas conllevaría a reducciones de las áreas verdes y ello, a su vez, marcaría la escasez de alimentos para animales mayores y, finalmente, también afectaría a la raza humana.
Por ello, existe una imperiosa necesidad de proteger la biodiversidad. En reconocimiento a su importancia, en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, se estableció el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD). Este tratado internacional ha sido ratificado por más de 190 países (www.cbd.int) y sus tres objetivos principales son la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos. Más recientemente, en la COP 15, efectuada en diciembre de 2022, se adoptó el Marco Global de Biodiversidad Kunning-Montreal, el cual contiene metas de largo plazo (2050) pero también objetivos para 2030. Estos últimos incluyen el compromiso de ir incrementando la movilización de recursos financieros para que se alcancen los US$200mil millones anuales para la implementación de estrategias y planes de acción para la biodiversidad.
Queda claro que la comunidad científica internacional y la vasta mayoría de Gobiernos tiene la intención de tomar acción para proteger la biodiversidad. Preguntémonos ahora si debemos dejar esa responsabilidad exclusivamente a los Gobiernos, o si es más apropiado adoptar algunas medidas en nuestras organizaciones, y por qué no también a nivel de nuestras familias.
Salvo que seamos parte de una organización que tenga impacto directo en zonas rurales, parecería retador identificar medidas a tomar. Sin embargo, podemos revisar nuestras políticas internas priorizando el cuidado al medio ambiente (por ejemplo, reducción de residuos y reciclaje), y específicamente implementando oportunidades para reducir nuestra huella de carbono o ayudar a mitigarla a través de la contribución a programas de reforestación. Asimismo, analicemos los impactos indirectos que podamos tener en la biodiversidad, ya sea a través de proveedores, colaboradores y clientes. Tomemos en cuenta que existe una relación directa entre el cambio climático y la biodiversidad.
Por otro lado, en el plano familiar podemos también contribuir a ser agentes de cambio a través de nuestras decisiones de consumo. Destinemos tiempo a investigar si los productos y servicios que consumimos son provistos de manera ambientalmente responsable. Seamos parte de los esfuerzos de reciclaje en nuestras comunidades y reconozcamos que aún mejor que reciclar botellas plásticas es reemplazarlas por un envase reutilizable. Finalmente, tanto desde nuestros roles en las organizaciones como en las familias, podemos ayudar a difundir la importancia de la biodiversidad, y así sumar a más personas comprometidas con su protección.