Por Stakeholders

Lectura de:

Otto Regalado
Profesor del MBA de ESAN Graduate
School of Business

Actualmente, atravesamos por una policrisis (sanitaria, económica, geopolítica, medioambiental, política y social) que está amplificada por la información que vemos diariamente en redes sociales. El punto de partida fue la pandemia de la COVID-19 que empezó en China; luego continuó con la invasión de Rusia a Ucrania que provocó desabastecimiento, escasez e inflación en el mundo entero; y ahora tenemos una crisis medioambiental que se agudiza, al punto de transformar diversas industrias. 

Lamentablemente en el caso del Perú esta situación se ve agravada por un periodo de inestabilidad que no se había vivido en décadas y que ha llevado a la paralización de buena parte del país a causa de protestas que piden la renuncia de Dina Boluarte, el cierre del congreso, adelanto de elecciones e incluso una nueva constitución. 

Frente a esta coyuntura, las empresas necesitan de una mayor agilidad para mantenerse en el mercado hasta que llegue un periodo de más calma que permita el crecimiento y desarrollo de sus actividades. En el caso de las micro y pequeñas empresas, esto es más crítico, ya que tienen menores recursos y herramientas para hacer frente a una menor liquidez, menor demanda de los servicios, menor poder adquisitivo de los consumidores, tasas de crédito más altas, entre otros.

Por ello es fundamental que se dé una mayor inclusión financiera, la misma que puede definirse como la disponibilidad e igualdad de oportunidades para el acceso a servicios financieros apropiados, a precios competitivos y cuando sean necesarios. En un país tan complejo como el Perú, donde la economía es mayoritariamente informal y ante los problemas por los que se atraviesa, es fundamental que las entidades financieras desarrollen productos financieros innovadores y adaptados a nuestra realidad. Aquí las fintechs tienen la oportunidad de competir con las instituciones del sistema financiero tradicional para captar personas y negocios que no se encuentran financieramente incluidas. 

Ahora, también es clave que además de una inclusión financiera, exista una cultura financiera donde esté claramente definido lo siguiente:

 • Reconocer la interacción entre las finanzas personales y las del negocio.

 • Saber a dónde acudir por asesoría y pedir más de una opinión para contrastar la información recibida. 

• Lograr el entendimiento del panorama financiero, los productos y los conceptos financieros de relevancia. Para ello se necesita de espacios confiables para recibir esta información.

 • A través de información y las asesorías recibidas se necesita desarrollar habilidades, conocimientos, aptitudes y confianza para hacer planes de negocios informados y elecciones relacionadas; identificar riesgos financieros, gestionar sus estados financieros, planificación y riesgos de manera eficaz a corto y largo plazo. 

• Mayor penetración de la banca digital. Las nuevas generaciones no harán uso de la banca tradicional. 

Desde el Gobierno, el principal desafío es acelerar el proceso de inclusión financiera en el país, pero logrando que esté acompañado de programas educativos que permitan que los empresarios tengan mejor criterio para la toma de decisiones. Con mejores prácticas de intervenciones de educación financiera para mipymes, la curva de aprendizaje podría disminuir y el impacto de los aprendizajes aumentar. Esta conclusión viene desde el representante del Banco de Desarrollo de América Latina.







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