Por Stakeholders

Lectura de:

Rodrigo Valenzuela
Gerente de Sostenibilidad
y Cambio Climático de DEUMAN

En América Latina, la “huella de carbono” sigue siendo un concepto muy joven, nacido a partir de los años 2000. No fue hasta algunos años después que la onda llegó al continente, cuando en 2007, en Deuman iniciamos con la cuantificación de la huella de carbono para empresas vitivinícolas, siendo la primera empresa en Chile en ofrecer estos servicios. Así, hemos sido testigos y partícipes de la expansión del panorama de la gestión corporativa del cambio climático, con un interés cada vez más tangible hacia el carbono neutralidad. 

Hasta hace solo 15 años, la huella de carbono organizacional era un concepto poco conocido, aunque innovador, aplicado por muy pocas organizaciones y sin un propósito claro. Hoy, metodologías especializadas como las directrices del IPCC, ISO 14064, GHG Protocol, entre otros, la convierten en la herramienta de diagnóstico principal para iniciar el camino de acción climática en las empresas. 

Pero ¿cómo se alinea a los objetivos climáticos nacionales? y ¿qué viene después de su medición? La aparición de los sistemas de reconocimiento nacionales implica una mayor presión y motivación en las organizaciones para iniciar en la gestión de sus emisiones. Sistemas hasta ahora voluntarios, como Huella de carbono Perú y HuellaChile, así como sistemas actualmente en desarrollo en Uruguay, Paraguay y otros países, dibujan una ruta mediante niveles estratégicos que sirven de guía para las empresas; iniciando con la medición de la huella de carbono, hasta el establecimiento de metas de reducción de emisiones y la implementación de medidas que respondan a un objetivo de descarbonización. 

Definiendo una meta de reducción 

La actualización de la nueva ISO 14064-1 (2018) ha puesto el foco en la obligatoriedad de la medición y reporte de las emisiones de Alcance 3 (emisiones indirectas que ocurren en la cadena de valor de una empresa, aunque estas sucedan fuera de su control o posesión directa), y que, en algunos casos, pueden llegar a consolidar hasta el 90% del total de la huella de carbono. 

Es en ese sentido que, en los últimos años, se ha propiciado la masificación de metodologías basadas en la ciencia para establecer metas de reducción de emisiones orientadas a net-zero, más conocidas como los science-based targets (SBT). Desde el 2015, los SBT son una iniciativa que permite la adecuación de los objetivos de reducción de emisiones a un límite considerando el no aumento de la temperatura global. 

Hoy en día, grandes corporativos se siguen sumando a este compromiso de reducción de sus emisiones de al menos 90-95% al 2050, siendo los más ambiciosos con metas al 2040 o 2030, con medidas más allá de su cadena de valor. 

¿Cómo cumplir con los objetivos de reducción? 

El desarrollo de herramientas adaptables y fácilmente actualizables será clave para permitir a las empresas gestionar sus emisiones. Las compañías ahora tienen la opción de potenciar estos sistemas, de manera que les permitan monitorear no solo información de su huella de carbono, sino consumo energético, hídrico, gestión de residuos, hasta indicadores de reportabilidad ESG. 

Además, una meta de reducción deberá siempre apuntar a contar con un plan de descarbonización, en el que se defina la estrategia de la empresa para la mitigación y compensación, combinando la visión a largo plazo con la ejecución de acciones inmediatas para articular de forma coherente e integrada la respuesta a la situación climática actual. 

Finalmente, si bien transitar hacia el carbono neutralidad puede no parecer sencillo, el compromiso y la sostenibilidad de las iniciativas dentro de los grupos corporativos, y aún más importante, su integración con los aspectos económicos, sociales y de gobernanza de las organizaciones, serán clave para el éxito de su camino de acción climática.







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