Por Stakeholders

Lectura de:

Guillermo Ackermann Menacho
Past President Beneficencia de Lima
Comunicador y Gestor social, cultural y deportivo

Estudié en un colegio privado de la capital. Nuestros profesores resaltaban que años después seríamos empresarios, gerentes, líderes o políticos. Nos ponían como referencia nombres de exalumnos. Con los años este anuncio se hacía realidad. 

Me viene a la memoria una anécdota ocurrida en el verano en que había terminado el colegio. Me llamó mi madre y me dijo: ‘bueno, ya saliste del colegio, irás al banco solo para cobrar un cheque’. 

Qué cara habré puesto para que de inmediato me diga: “no te preocupes, está al portador”. Peor aún estaba confundido. 

Recuerdo que estaba aterrado. Era la primera vez que iba solo al banco, anteriormente siempre acompañé a mis padres, y no tenía idea de qué hacer. Sobre los cheques sabía lo esencial, es decir, era un papelito con una cifra y debía llegar a la ‘ventanilla’ y la ‘cajera’ me tenía que dar en dinero el importe que estaba escrito. 

Después de tratar de evadir este riesgoso encargo me sinceré con ella: “¿Me puedes decir quién es el portador?, ¿trabaja en el banco?, ¿pregunto por él?”. Ella sonrió y con dulce voz me dijo: “Hijo, ¡el portador eres tú!, el que porta, lleva, traslada el cheque…” Ya no me atreví a la siguiente pregunta: ¿qué es un cheque? 

Llegué a la agencia del Banco a pocas cuadras de mi casa y después de esperar unos 10 minutos en la cola me llamaron a la ventanilla. La señorita me preguntó: ¿qué operación quiere hacer joven?, no abrí la boca solo le enseñé el cheque. Lo recibió y me dijo: “Ok. ¡Tiene que endosarlo!”, en ese momento quise salir disparado de la agencia, esto se estaba tornando peligroso. Quería volver a mi casa y regresar con mi mamá. Sentía como si creyeran que era un ladrón. 

La cajera se percató de mi desconcierto. “Tienes que firmar el cheque en la parte de atrás”, me calmó. Uf, me regresó el alma al cuerpo. Firmé, con mi recién estrenada rúbrica y se lo entregué. “Muy bien”, me dijo “por favor escribe junto a tu firma tu número de Documento de Identidad (en aquella época era la Libreta Electoral). ‘No tengo, todavía tengo 17”, murmuré. Ahora sí pensé estoy infringiendo la ley. Solo atinaba a mirar al policía que estaba en la puerta. 

Reaccioné de inmediato, ¡Tengo Boleta Militar!, dije orgulloso. “Ah eso está bueno, entonces escribe su número atrás y me la enseñas por favor”. La señorita se esforzaba en ser amigable. A mi alrededor una señora que reía y otro señor mayor movía la cabeza. “Señorita, ¡está en mi casa!”. Cuando pensaba que estaba listo para ser enmarrocado, se acercó un señor muy cordial y me preguntó: “¿cuál es el teléfono de tu casa”. Le di el número con alivio, pensando dentro de mí, si voy a prisión es mejor que mis padres se enteren. 

“¡Por favor espera en esa esquina!” fueron las indicaciones. Mientras pensaba como escribir una carta para mis seres queridos explicando que siempre quise ser una buena persona y que no fue mi intención asaltar el banco, me llamaron: “Listo señor Ackermann, ¡acá está su dinero! Gracias por su visita, lo esperamos pronto”. 

Emprendí el retorno perplejo, mis pasos se aceleraron y comencé a levantar pecho. Llegué a mi casa y me recibió mi madre: “Bienvenido al mundo real”, me dijo y me abrazó y por supuesto me estiró la mano para recibir el dinero cobrado por el bendito cheque. 

Me pregunté entonces por qué en mi querido colegio, que tanto nos preparaban sobre historia, geografía e incluso economía las enseñanzas eran tan abstractas que nunca me educaron en las cosas cotidianas tan básicas como una cuenta corriente, o de ahorros, intereses, tasas, letra de cambio, o sencillamente un cheque.







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