Por Stakeholders
Lectura de:
María Hinostroza,
Jefe de Innovación del Laboratorio Social
de la Asociación Unacem
No hay duda de que vamos tomando pasos en la dirección correcta y cada vez más empresas miden su huella de carbono y asumen compromisos para reducirla. Ahora bien, lo siguiente que debemos preguntarnos es cómo asegurarnos de que esos compromisos sean efectivamente cumplidos y así contribuir concretamente, desde nuestras responsabilidades y posibilidades, a mitigar los impactos ambientales. En primer lugar, asegurémonos de realizar una medición confiable de nuestra huella de carbono. Es importante ser accountables y tener transparencia en nuestra rendición de cuentas. Por ello es aconsejable recurrir a especialistas independientes quienes idealmente puedan ofrecer certificaciones anuales.
Actualmente, las empresas están enfocadas en medir sus emisiones de alcance 1 y 2. Las primeras son aquellas emisiones directas, que incluyen consumo de combustibles fósiles y toda emisión inherente al proceso productivo. Las segundas se refieren a las emisiones indirectas causadas por la generación de energía consumida. Lo óptimo sería que también incluyamos la medición de todas las emisiones de alcance 3, que se refieren a aquellas relacionadas con la cadena de valor. Sabemos que es un gran desafío. La incorporación y disponibilidad de información depende de que proveedores y clientes hayan también realizado y deseen compartir sus propias mediciones confiables. Este paso es demandante pero necesario para tener una mirada más completa de nuestro propio compromiso. Tenemos que empezar a estimar razonablemente lo que logremos obtener de las emisiones de alcance 3. Además, como complemento, podríamos incluir políticas internas que persuadan a los proveedores a la medición como un atributo positivo.
En segundo lugar, debemos establecer planes de acción reales y factibles para reducir nuestra huella de carbono. Las metas y los hitos de nuestros planes deben tener un soporte científico para que reflejen con certeza el nivel de nuestras responsabilidades y potencialidades. Sólo así confirmaremos la efectiva factibilidad de nuestras metas. Los planes de acción deben priorizar la reducción de nuestras emisiones directas, así como la utilización de energía de formas más eficientes. Una vez maximizados nuestros propios esfuerzos de reducción, podemos seguidamente evaluar compensaciones en proyectos de terceros. Entre las opciones a revisar está la plataforma de las Naciones Unidas: climateneutralnow.org.
También es crucial que nuestros planes de acción sean comunicados tanto a los colaboradores como a nuestros stakeholders. Integremos estos planes en nuestra cultura organizacional para un compromiso real. Incorporemos el debido sentido de urgencia que corresponde a nuestra contribución a esta crisis ambiental. Si hemos cumplido con realizar una adecuada medición de nuestra huella de carbono, podremos priorizar mejor las tareas a incluir en los planes de acción. Para lograrlo, nuestra medición debe contener el detalle de la contribución de emisiones por actividad.
Finalmente, verifiquemos que nuestros planes de acción tengan fechas para hitos intermedios y tengan asignados responsables de forma clara. Seamos realistas en el uso de los recursos y capacidades de nuestras organizaciones para llegar a las metas planteadas. Evitemos designar como responsable a grandes grupos o llevarlo al extremo de designar solo a la alta gerencia. Es importante que nuestros planes de acción se encuentren apropiados internamente. También deben tener un seguimiento y monitoreo periódicos. Debe existir coherencia entre los hitos de nuestros planes de corto plazo y la meta de reducción de emisiones de largo plazo con la que ya cuentan varias empresas.
Todo este gran esfuerzo organizacional tiene por objetivo contribuir a reducir los impactos ambientales. Tristemente, nuestro país viene siendo golpeado por inundaciones, por lo que conocemos de primera mano las graves consecuencias que tendría dejar de lado este esfuerzo. ¡Manos a la obra!
