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Por: Alfredo Draxl
Presidente de CIDEL (Centro de Investigación para el Desarrollo de la Educación y el Liderazgo)


Una vez escuché una parábola de liderazgo que expresa la forma de pensar que necesita el Perú: «Un grupo de esforzados atraviesa, machete en mano, un espeso bosque. El guía avanza decidido, guiado por su brújula y su experiencia. En eso, uno de la columna se separa, sube a un árbol inmenso y grita: “¡Compañeros, bosque equivocado!”».

Por Alfredo Draxl
Presidente de CIDEL (Centro de Investigación para el Desarrollo de la Educación y el Liderazgo)

La educación peruana atraviesa penosamente su propio bosque, guiada por brújulas y métricas desalentadoras. Los expertos nos dicen que para alcanzar las notas promedio de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en matemática, ciencia y comprensión lectora necesitaremos 122, noventa y ocho, y veintidós años respectivamente. Sin  hablar de la enorme brecha en «alfabetización tecnológica» y carencias de infraestructura que nos tomarían veinticinco años superar. Es el momento de subir a un árbol y preguntarnos si estamos en el bosque correcto. Quizá no haya que mejorar lo que ya hacemos, sino cambiarlo. Pero ¿quién se atreve a gritar: «bosque equivocado»? Es bueno mirarnos en el espejo de las pruebas PISA, pero no para obsesionarnos con los puntajes, sino con las condiciones que hacen posibles los casos de éxito que sí tenemos. No se «producen» mentes, se crean las condiciones para que ellas se desarrollen. Un informe del Ceplan (Centro Nacional de Planeamiento Estratégico) afirma que la educación debe dar un giro y tomar como gran objetivo la felicidad humana, esto es, incrementar la calidad de vida y desarrollar a los individuos integralmente.

¿Idealismo? Parece que no: la consultora McKinsey ha encontrado que la mentalidad de los estudiantes, como la motivación y la autovaloración, tiene un impacto mayor en el aprendizaje, doblando incluso el impacto del factor socio cultural. Atender al ambiente y al crecimiento emocional de los estudiantes «paga» a la hora de los resultados. Pensar fuera de la caja, o mejor aún, cambiar de caja, implica hacer nuevamente preguntas de fondo:

1: ¿Para qué enseñamos? Para redefinir los fines: queremos mejores trabajadores y mejores personas. ¿Cómo son complementarios estos fines?

2: ¿Qué enseñamos? En el Siglo XXI no bastan mejores resultados en lo cognitivo. Además de leer, sumar y restar, debemos también crecer en el dominio intrapersonal (relacionarnos, liderar, escuchar, ser empático y servir) y también en el intrapersonal (conocerse, valorarse, manejar las propias emociones, saber cómo uno aprende, ser resiliente y coherente). La integración de estos tres dominios es lo que Michael Fullan, uno de los autores del milagro educativo canadiense, llama «aprendizaje profundo».

3: ¿Cómo educamos? Con procesos y metodologías.  Nuevas finalidades y dominios de aprendizaje requieren nuevas maneras de enseñar y aprender. Ya no son las «clases» del siglo XX sino las «experiencias de aprendizaje» y áreas integradas. Hablamos de proyectos de investigación basados en problemas reales y en una estructura de conceptos, con los que el alumno construye una mirada del mundo que le permite crecer como persona y aplicar los conocimientos y habilidades adquiridos a nuevas situaciones, asumir valores contrastándolos con esas mismas experiencias e ir respondiendo a las grandes preguntas y dilemas existenciales de un mundo en cambio.

4: ¿Con qué y dónde educamos? Todo esto demanda también pensar espacios diferentes: ¿Seguiremos recluidos en salones por seis horas al día? ¿O pensaremos en talleres con agrupamientos flexibles según la necesidad de los proyectos (cuatro, diez o cuarenta alumnos) y por un tiempo también variable? ¿Tendremos siempre agrupamientos por edad o por habilidades e intereses? ¿Para qué iremos a los colegios y por cuánto tiempo?

5: ¿Quiénes van a educar? ¿Cómo debe ser el maestro que liderará estos procesos? ¿Cuál será su primera función? ¿Cómo son los directivos? ¿Cómo les preparamos y remuneramos? ¿Cómo rompemos barreras e integramos la escuela a la comunidad? ¿Qué oportunidades educativas únicas ofrece un país joven donde todo está por hacerse? ¿Podemos desperdiciar la energía, inteligencia e iniciativa de los niños y jóvenes hasta que sean «grandes»?.

6: ¿Qué significa el «éxito» en el aprendizaje? Nuevas métricas: ¿Cómo evaluamos las competencias interpersonales e intrapersonales? ¿Cómo se ve una escuela exitosa? ¿Qué vemos allí? ¿Qué escuchamos en las aulas y pasillos? ¿De pronto ya las tenemos entre nosotros y es cuestión de saber mirar?

Cambiar de caja es dejar de mirar calificaciones, edificios y computadoras, y apostar por escuelas que desarrollen experiencias de aprendizaje profundo sobre las que la tecnología opere no como brújula, sino como el poderoso acelerador que es. Donde los alumnos no aprendan a ser mano de obra, sino personas capaces de conducir una vida con sentido: una vida feliz.







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