Por Stakeholders

Lectura de:

JORGE MELO VEGA CASTRO
Presidente de Responde

Hasta hace algunos años, era común asociar a una empresa grande con el número elevado de trabajadores en su planilla. Las ventas indicaban que había grandes volúmenes de producción o servicios que requerían de mucho personal realizando diversas actividades. Hoy eso ya no es así, y la eficiencia operativa impulsada por la presión competitiva ha llevado a que esas empresas tengan menos personal, la mayoría de las actividades dejaron de realizarse dentro de la organización y han pasado a ser ofrecida por terceros, que son parte de la cadena de suministros y la cadena logística.

Estos aspectos son poco entendidos por nuestras autoridades y la propia legislación, que buscan prohibir y sancionar las actividades tercerizadas. Absurdamente consideran que el interés de la gran empresa es de reducir el personal, cuando lo que realmente pretenden es que cada actividad cuente con su propio conocimiento especializado y una gestión más eficiente; situación que jamás podrá lograrse dentro de una gran organización que tendría que especializarse en muchos temas, perdiendo por tanto, el foco en su actividad principal.

Inicialmente el proceso de tercerizar se dio en tareas de servicios: limpieza, alimentación, seguridad, transportes, impresiones, call center; procesos que aunque hoy nos sorprenda, formaban parte de la actividad principal, con personal propio y se ejecutaba de manera mediocre. Luego, aproximadamente 25 años atrás, las gerencias más modernas desarrollaron un intensivo programa para que varias actividades indispensables en el negocio ya no sean realizadas internamente, sino a través de proveedores. Con el nuevo mandato, estos proveedores se transforman e innovan en su propio negocio y se vuelven más eficientes, trasladándoles esas eficiencias a sus clientes -para el caso la empresa que antes lo hacía todo- y se vuelven así en aliados estratégicos.

Esta dinámica empresarial ha llegado a extenderse y logrado formas insospechadas, donde hoy es difícil identificar quién cumple la tarea principal. Es muy posible que la persona que nos está brindando un servicio: banca, telecomunicaciones, aeronáutica, retail, etc., no trabaje en esa empresa. Lo mismo ocurre con los productos: las prendas de vestir de determinada marca, los electrodomésticos, los alimentos o los celulares, es altamente probable que sean elaborados por un mismo fabricante tercerizado y luego se ofrecen al mercado desde distintas empresas con diferentes marcas que compiten entre sí. Se complejiza más, con el desarrollo de la economía digital y las nuevas cadenas logísticas, donde hoy es difícil identificar a quién se le ha comprado.

Este exitoso modelo de gestión también genera nuevos compromisos por parte de la empresa principal que deben ser asumidos con responsabilidad. Con toda seguridad, mucho de los impactos negativos de la actividad han pasado también a manos de las empresas terceras: derechos laborales, riesgos ambientales, relaciones con la comunidad, rigurosa información al cliente, entre otros; impactos que exigen ser identificados y evaluados.

El cuidado que tienen las empresas sobre sus cadenas de valor son ahora procesos complejos. De la tradicional homologación de proveedores se está pasando a herramientas como la debida diligencia en las que se realiza un análisis de riesgos, asociando las tareas recurrentes en la cadena de suministros o en la cadena logística, como si fuera la actividad principal, propia de la empresa. De esa forma se minimizan riesgos y en caso de ocurrir violaciones a la norma o a los propios Derechos Humanos, la empresa queda protegida de potenciales sanciones o reparaciones, porque fue diligente y exigente en su relación con los terceros.







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