Por Denisse Torrico

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Machu Picchu acaba de lograr su tercera certificación como destino carbono neutral. Desde la perspectiva del Grupo AJE, ¿Cuáles son las acciones más relevantes que han permitido alcanzar nuevamente este estándar climático, especialmente en términos de reducción de emisiones para turistas?

Esto es un auténtico éxito. Conseguir el tercer certificado implica la continuidad del proyecto y del compromiso de Machu Picchu. Fue el primer destino turístico del mundo en recibir el certificado de carbono neutro (2021) y es un compromiso de la municipalidad de Machu Picchu, unido a una serie de actores que hacen que esto sea posible: el Grupo AJE, Inkaterra, el Sernanp y otros.

Entonces, esto lo que hacemos: se mide la huella de carbono y, según la hoja de ruta, se ve cómo se va marcando y cuál ha sido la reducción de esta huella en el destino turístico. Y verdaderamente es un modelo a seguir para el resto del mundo. A la vez, es una buena noticia para el Perú: demuestra que hay una gestión para un turismo sostenible.

La huella de carbono por visitante se redujo a 7,07% en esta fase. ¿Qué innovaciones o mejoras operativas fueron claves para alcanzar esta cifra? ¿Qué falta para lograr una reducción aún más ambiciosa?

Es importante medir la huella por visitante, porque no es lo mismo el número de turistas de 2021 —en plena pandemia— que ahora, donde incluso octubre marcó récord. Desde el lado de AJE e Inkaterra, venimos trabajando desde 2016 con la municipalidad, el Sernanp y el Ministerio de Cultura, principalmente para paliar el tema de residuos. En 2015, la UNESCO dio una advertencia sobre Machu Picchu, y uno de los puntos críticos era justamente la basura.

Machu Picchu es una “isla”: entran 3, 4, 5 hasta 6 mil turistas por tren, dejan 14 toneladas de residuos, y luego esos residuos deben salir por tren. El PET, por su volumen, era un problema, así que donamos una compactadora. Donde antes había bolsas enormes, ahora hay pacas de 50 cm que incluso pueden venderse.

Luego hicimos lo mismo con el vidrio. Instalamos una máquina que tritura botellas y las convierte en arena para maceteros, veredas y artesanía. Después instalamos una planta pirolizadora que convierte residuos orgánicos en biochar, que retiene nutrientes por 200 o 300 años y permite reforestar.

También implementamos una planta de biodiésel —que renovaremos este año— que transforma el aceite usado de los restaurantes en biodiésel y glicerina. Y con la nueva planta de transformación de PET hemos traído ya 90 toneladas de Machu Picchu a nuestra planta en Huaral, donde se convierten en pellets para nuevas botellas.

Todo este trabajo explica cómo, en cinco años, Machu Picchu pasó de un riesgo de entrar en la lista de monumentos en peligro de la UNESCO a ser el primer destino turístico y primera maravilla del mundo carbono neutro.

Con todo este equipamiento e infraestructura, ¿se tiene estimado ya un monto de inversión acumulada?

Sí, llevamos muchos años invirtiendo, especialmente en la planta de pirólisis, que es única en el mundo y de invención peruana. Muchas máquinas son peruanas. Machu Picchu tiene entre 16 y 20 mil habitantes, y queremos demostrar que, con una inversión no grande y adaptada a poblaciones así, se pueden transformar todos los residuos.

El modelo Machu Picchu se puede replicar en más de 2.000 ciudades del Perú. De hecho, cientos de alcaldes han ido a verlo. Es un mensaje bonito: no se necesitan grandes presupuestos para tener ciudades sostenibles.

Ustedes también han trabajado en la plantación de árboles nativos. ¿En qué consiste esta actividad y cómo se ha desarrollado?

Una de las actividades del proyecto Machu Picchu Carbono Neutro es la reforestación con árboles nativos. No solo se trata de reducir o compensar emisiones, sino de retener carbono.

Tenemos otros proyectos muy alentadores que anunciaremos más adelante. Y algo importante: el modelo está ahí mismo, en Inkaterra. En los años 70, cuando Joe Koechlin creó su primer hotel, aquello era un pastizal. Hoy es la zona urbana con más especies de aves del mundo: 320. Central Park tiene 240. Esto gracias a la plantación de árboles nativos que atraen y sostienen a estas aves. Lo que antes era pasto, ahora es un auténtico bosque de nubes.

Además han donado una planta compactadora para el Camino Inca. ¿Cómo funciona esta operación?

Sí, donamos al Sernanp una compactadora instalada en el kilómetro 115, donde llega todo el Camino Inca. Los residuos que dejan los caminantes se compactan ahí y se suben al tren.
De esta manera contribuimos a que no solo Machu Picchu, sino todo el Camino Inca, esté libre de residuos.

Desde la mirada empresarial del Grupo AJE, ¿cómo se integra este trabajo con la estrategia global de sostenibilidad hacia 2030 y 2050?

Nuestra visión es poner en valor la biodiversidad y la cultura en los países donde operamos, empoderando a sus comunidades. El proyecto comenzó en Machu Picchu, pero hoy estamos trabajando en Pical en Guatemala, Cartagena de Indias en Colombia, Tulum en México, Ayutla en Tailandia, y también en Antigua, otro monumento de la UNESCO. Ahora evaluamos iniciativas en Panamá.

Y todo esto lo hacemos a través de nuestras marcas. Agua Cielo es la marca que contribuye a proteger espacios UNESCO; y Amayu protege biodiversidad y bosques amazónicos con el proyecto Superfrutos.

Durante la pandemia, por ejemplo, impulsamos campañas con Agua Cielo para promover el turismo interno hacia Machu Picchu. Es una visión de negocio: poner las marcas al servicio de la biodiversidad y la cultura, no filantropía.

Finalmente, con un nivel tan alto de participación ciudadana y colaboración institucional, ¿Cuál considera que es el próximo gran desafío para asegurar que este modelo de sostenibilidad en Machu Picchu se mantenga y fortalezca en los próximos años?

Sí, algo fundamental: estamos en la era colaborativa. Nada de esto sería posible sin la cooperación de todos los actores. Y lo más importante es la población de Machu Picchu. La municipalidad ha hecho un excelente trabajo educando sobre la segregación en la fuente: entregan cuatro bolsas y la basura solo se recoge si está bien separada.

Hoy se recicla más del 90% de los residuos gracias a esa educación y al compromiso de la comunidad. Lo mismo pasa con los turistas: nadie botan nada, y cada tacho está claramente identificado. Esa participación ciudadana es lo que hace posible este modelo.

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