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  Por Jorge Melo Vega Castro – Gerente General de Responde, consultora en RSE. “Indignado. Indignado por estar muerto, no hay derecho realmente, pero más…

 
Por Jorge Melo Vega Castro – Gerente General de Responde, consultora en RSE. “Indignado. Indignado por estar muerto, no hay derecho realmente, pero más indignado por haber pasado por la vida y no haber podido cambiarla. 
Esto es terrible.” Epitafio que desearía tener José Saramago El crecimiento económico que se viene dando en el país impulsado por la actividad empresarial encuentra una seria limitante en ese 45% de peruanos que están bajo la línea de la pobreza y que, más allá de las estadísticas, noticias o reportes académicos que nos lo presentan, no somos capaces de interiorizar como una grieta dramática para nuestra necesaria convivencia y desarrollo futuro. La experiencia nos indica que es poco lo que podemos esperar del Estado, cuya nueva actividad es la de atesorar importantes recursos sin saber cómo invertirlos; y de otro lado, sabemos que el empresariado viene teniendo éxito en la gestión de sus negocios, invirtiendo en diferentes sectores contribuyendo así al crecimiento económico del país, generando empleo y trasladando recursos al “atesorador”.  

Pero entonces: ¿Qué está ocurriendo para que convivamos en un círculo virtuoso en la actividad privada y un deplorable círculo vicioso en la gestión pública? Creemos que el problema radica en parte porque hemos asumido erróneamente que la gestión pública le compete al Estado y “allá ellos”. No hemos sido capaces de entender que los errores o aciertos de la autoridad nacional o local de turno, es también responsabilidad nuestra. Como nos decía el padre Juan Cuquerella de Fe y Alegría, a propósito del trabajo infantil: “Las políticas públicas no sólo son del Estado; es determinante que el sector privado intervenga en lo público”.

Cuando desde la empresa se habla de RS se asume muchas veces que es el papel que le corresponde en su relación con la comunidad, que se traduce en el gasto que hay que destinar para los más pobres y que usualmente se conoce como filantropía.

¿Cuántas empresas han revisado sus modelos de RSE y han definido asumir un papel más activo de colaboración en políticas públicas? Creemos que muy pocas, ya que han considerado equivocadamente que lo público es una dimensión exclusiva del Estado y ese no es el rol que le corresponde a la empresa. Ahora bien, si cualquier ejecutivo medianamente calificado visita establecimientos públicos como una comisaría, un hospital o un colegio, lo que va a encontrar en gran parte es una inercia burocrática que ofrece servicios de muy baja calidad.

No únicamente por las calificaciones del empleado público, que los hay buenos y malos, sino por la incapacidad de revisar sus procedimientos para mejorarlos, no entender que su labor es la de servir al cliente-ciudadano y fundamentalmente, porque existe una absoluta orfandad de políticas y directivas eficientes que generen los incentivos necesarios para cumplir bien sus funciones. Mencionábamos la visita de este ejecutivo, ya que probablemente al ver esa apatía, lo más probable es que se le ocurran muchas fórmulas para resolver los problemas que se plantean en ese local público y seguramente en su empresa lo hubiera resuelto dando algunas indicaciones prácticas.

ESTADO EFICIENTE
Con esta reflexión no se nos ocurre que la empresa intente sustituir al Estado en sus funciones y responsabilidades. No. El problema es inverso. La empresa necesita contar con un Estado eficiente, con autoridad y por tanto respetado, de allí que su rol debiera ser precisamente en ayudar a fortalecerlo. Pero no al Estado grande, sino al Estado pequeño. Colaborar para que el profesor este adecuadamente calificado para instruir a nuestros alumnos, que la posta de salud cuente con los profesionales necesarios asumiendo una visión de prevención en salud pública y no necesariamente para curar enfermos; un puesto de policía donde los agentes se preocupen de la seguridad ciudadana, vigilando las calles y que sean menos proactivos en buscar irregularidades en los ciudadanos. Lo que se necesita es empoderar al Estado pequeño, precisamente para promover ciudadanía y así canalizar las demandas hacia las autoridades responsables y que sean éstas las que gestionen correctamente.

En el Perú tenemos muy poca capacidad de indignación frente a los temas sociales que nos rodean y a algunos empresarios esa preocupación se les despierta durante los procesos electorales por el riesgo hacia resultados favorables a grupos políticos antisistema. Pero, qué se hace cuando vemos que el Estado no funciona y el país pierde competitividad por la escasa infraestructura, pésima calidad en la educación, regulaciones controlistas, entre otras pobrezas que conocemos y que los indicadores internacionales nos lo enrostran regularmente. Lo agresivo de esto es que ocurre en un país que crece 7% anual, un PBI per cápita de 4,000 dólares y millones de soles pendientes de invertir por parte del Estado debido a barreras burocráticas; pero en la calle, cerca de la mitad de la población no tiene recursos para satisfacer la canasta básica.

En México, importantes grupos empresariales han creado la organización Mexicanos Primero, preocupados precisamente por la mala calidad educativa de sus escolares y la pérdida de competitividad que eso significa. Su reflexión de base ha sido que la política educativa es demasiado importante como para dejarla solamente en manos del Estado y al sindicato de maestros; de allí que exigen una tercera silla en la mesa como sociedad civil. Un esfuerzo similar se intenta realizar en el país con la iniciativa Empresarios por la Educación, que auspicia la CONFIEP. La RSE en realidades como la peruana obliga a un esfuerzo de innovación para desarrollar alianzas público-privadas. Sabemos que las principales barreras son precisamente las propias autoridades locales y regionales que prefieren estar enfrentadas con las empresas; pero estas suelen ser autoridades débiles y con escasa legitimidad electoral. La visión de la empresa y su sostenibilidad trasciende a los períodos de estos señores; de allí que impulsar iniciativas para capacitar funcionarios, compartir estudios, colaborar con los centros educativos y acompañar con los servicios médicos de la empresa a la población, son actuaciones que ayudan a superar en algunos casos las limitaciones de la autoridad que busca la confrontación. Hagamos una cruzada por indignarnos ante la inercia, cruzada que no pasa por el reclamo contra el gobierno para que atienda nuestras demandas; sino más bien de indignación que se refleje en involucramiento y compromiso, de acción para que los pequeños problemas que nos rodean se resuelvan de manera eficiente. Que no sea necesario imitar a Saramago.

 






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