El 2025 inició con devastadores incendios forestales en las afueras de Los Ángeles, California. Los barrios de Palisades, Eaton, Hurst y Lidia vieron arder cientos de viviendas, provocando la evacuación de miles de personas. Si bien estos siniestros no son una anomalía en los ecosistemas occidentales, su intensidad ha crecido en los últimos años. Condiciones como la escasez de lluvias y los vientos de Santa Ana, que alcanzaron ráfagas de hasta 160 km/h, facilitaron la propagación del fuego, haciendo que su contención fuera casi imposible.
Los datos muestran una tendencia preocupante. Mientras que en la década de 1990 los incendios en Estados Unidos afectaban un promedio de 1.4 millones de hectáreas por año, a partir del 2000 esta cifra se duplicó, alcanzando 2.8 millones de hectáreas anualmente. La mayor temporada registrada, en 2015, superó los 4 millones de hectáreas.
¿Cuál es el origen de los incendios forestales?
A pesar de ser catalogados como desastres naturales, la mayoría de los incendios tienen origen humano. En Estados Unidos, el 85-90 % se atribuyen a actividades como fogatas mal apagadas, cigarrillos desechados y líneas eléctricas caídas. Solo el 10-15 % resulta de fenómenos naturales, como rayos.
El cambio climático amplifica el riesgo. En California, el aumento de la temperatura promedio ha reducido la humedad del suelo, dejando una vegetación más propensa a arder. Esta combinación de calor, viento y combustible seco crea un triángulo del fuego perfecto.
¿Hay beneficios en los incendios forestales?
Aunque destructivos, los incendios naturales cumplen una función ecológica. Ayudan a liberar nutrientes atrapados en la materia vegetal muerta y permiten el crecimiento de nuevas especies. En algunos ecosistemas, incluso son necesarios para que las semillas de ciertos árboles, como las secoyas, germinen. No obstante, las hierbas invasoras, como las que cubren vastas áreas en Hawái, agravan los daños al propagar incendios más intensos.