Por Stakeholders

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Es un tópico adquirido y consolidado decir que la Responsabilidad Social Empresaria (RSE) consiste en leer bien el entorno en el que se opera y comprender de manera adecuada las expectativas de la sociedad hacia la empresa. Cuando la distancia entre expectativas sociales y prácticas empresariales es excesiva podemos tener problemas. Si no queremos formularlos en clave de RSE, hagámoslo en clave de riesgos. Pero una empresa no puede vivir de manera sostenida en el tiempo a espaldas de la sociedad. La buena gestión también incluye lo que se ha llamado inteligencia contextual, algo que a menudo se olvida.

Pues bien, a toda la retórica de los últimos años sobre la RSE como integrada en el negocio, estar en el core business, ser sinónimo de buena gestión, tenerla integrada en la estrategia y demás progresos conceptuales y operativos le ha llegado la hora de la prueba del algodón: cinco millones de parados. Dicho con otras palabras: hoy, el primer tema de la agenda de la RSE (si es responsabilidad, si es social y si es empresarial) es y debe ser la ocupación.

Y, en cambio, el mayor riesgo que hoy tiene la RSE es quedar relegada con buenas palabras a la periferia de los enfoques empresariales que se necesitan o se plantean. Algo así como decir: bueno, ahora las cosas van en serio y no tenemos tiempo para tonterías o para alegrías, ya volveremos a hablar de la RSE cuando vengan tiempos mejores. Lo peor que le puede pasar a la RSE, tanto en el debate público general como –especialmente- en las empresas que se consideran comprometidas con ella, es que todo lo referente al binomio paro-ocupación se considere un problema de primer orden… que nada tiene que ver con la RSE. Ésta es la encrucijada del momento.

La RSE no es un embellecedor para cuando las cosas van bien. Es un enfoque de la gestión. Por eso, en tiempos de crisis económica, la RSE es negocio, porque se manifiesta en la manera de dar respuesta a la situación que viven las empresas y el país. Paradójicamente, como se suele decir a veces con gran énfasis, se trata de tomarse en serio que la RSE es negocio y gestión, puro negocio y gestión. Claro que sí. Pero hasta el final y en todo. Por eso, para poner un ejemplo sectorial, hoy, en el contexto español actual, el nombre de la RSE en el sector financiero se llama fluidez del crédito, desahucios o participaciones preferentes. Sin hablar de este tipo de cosas, y sin afrontarlas, la RSE es música celestial.

La RSE en los tiempos de la recesión trata de cómo se gestiona en un contexto de crisis. Esto es lo que queremos saber. De esto es de lo que hay que rendir cuentas. Dicho con otras palabras: el compromiso con la RSE hoy comportará conflictos y tensiones. Internos y externos a la empresa. Y, por tanto, el “qué” será tan importante como el “cómo”. Cuando todo el monte es orégano queda muy bien lo de satisfacer a todos los stakeholders, y lo de crear valor compartido. Porque a menudo la RSE ha operado desde el supuesto implícito de que todo el mundo es bueno y de que, si todo va bien, todo el mundo tiene que quedar contento. Es curioso cómo la cuestión de los conflictos (y la gestión de conflictos) nunca ha sido un tema de la agenda de la RSE. Como si la RSE fuera un bálsamo (o un analgésico) para los conflictos. O como si la conflictividad fuera un tema ajeno a la buena RSE (al contrario: como máximo se suelen atribuir determinados conflictos a la falta de RSE).

No estoy por el “buenismo”, espero que quede claro. Uno de los premios de investigación que he recibido (y perdonen que personalice) fue por un trabajo sobre el proceso de cierre de una fábrica. Repito: el cierre de una fábrica como práctica innovadora en clave de RSE. Volvemos al qué y al cómo, una vez más. Lo que sostengo, pues, es que hoy, en el contexto actual (porque la prioridad la tienen los contextos, y no los discursos) el tema prioritario para cualquiera que hable de RSE debe ser la ocupación. Esta clave debería estar presente en todos los temas convencionales de la RSE que ya conocemos: rendición de cuentas, gestión de proveedores, inversión… En otras palabras, si en el contexto actual todo lo que hace referencia a la gestión de la crisis y de las condiciones laborales se presenta y se plantea como algo ajeno a los enfoques propios de la RSE, ésta tardará años en recuperar su credibilidad y en poder reivindicar su relevancia.

Y todo esto desemboca en la reforma laboral. Otra vez los “qués” y los “cómos” están en juego. Es necesaria, pero ¿es lo único qué que se necesita? Los datos sobre el fraude fiscal siguen siendo espeluznantes. Y atención a los cómos porque si lo que se pretende es disciplinar a los trabajadores luego no nos extrañemos de determinados estallidos sociales. Porque a veces parece que de lo que se trata es de seguir ganando tiempo, a ver si acabamos vivos esta especie de ruleta rusa colectiva en la que estamos inmersos… Si ante la opinión pública el banderín de enganche que se propone solo son los “mini-jobs” –simplifico, lo sé-, luego que nadie se queje de los “minicompormisos”, la “minicontribución”, la “miniinnovación” y la mini-lo-que-sea…

La nueva legislación laboral será un reto crucial para las empresas que se han presentado como comprometidas con la RSE. Porque la credibilidad de su discurso “social” (de su RSE) se verá totalmente condicionado por el uso que hagan de dicha legislación. El uso que las empresas comprometidas con la RSE hagan de las posibilidades que –en todos los sentidos- abre la reforma laboral marcará mucho más de lo que a veces se imaginan la presentación en el futuro inmediato de su RSE como supuesto factor de diferenciación.

Lo dicho: si el binomio paro-ocupación no es el primer punto de la agenda, el debate y las alternativas de la RSE, ni es responsabilidad, ni es social, ni es empresarial.

Artículo publicado en

www.josepmlozano.cat








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