
Escribe: Alfredo Pomareda
Sofía no es gringa. En su sangre están Croacia, Yugoslavia, Arequipa, Lima, El Sur peruano. No es chévere. No es campeona del mundo. En el ranking mundial de tabla ella es la número siete. No es, para nada, esa rotunda felicidad que aparece en los periódicos y las revistas. No tiene celular. No es abstemia. No es gordita, al contrario, tiene una cintura que enamora. No es una mujer que persigue el éxito. No le gusta ser fotografiada. No se exhibe, la exhiben. No tolera que la irrumpan en el universo paralelo en donde ella vive. Sofía Mulanovich corre tabla para olvidar, como Marcel Marceau hacía mimo para evitar el suicidio, como Morrison y Hendrix cantaban porque entendieron que la música siempre ha sido la más suprema de las drogas. Todos los personajes se mueven por un motivo, y Sofía quiere dejar atrás eso que la marcó de niña y que, en términos terrenales, llamaremos fracaso.
Antes de ser la «Sofía del Perú» fue una esforzada estudiante del colegio San Silvestre que no disfrutaba de la escuela porque tenía clavada en el cerebro una filuda tabla de surf. Era una pequeña perdedora de ocho años que lloraba cuando las cosas no salían como ella planeaba. Entonces, su diminuto cuerpo no obedecía a su cerebrito de niña sedienta de trofeos y las olas de Punta Hermosa la aventaban a la orilla de los rendidos.
«El título de 2004 es una experiencia súper linda, pero dicen que cada siete años todas las células de tu cuerpo se regeneran. Yo tengo 28 años y cuando gané el campeonato mundial tenía 21. Entonces, en mi cuerpo no hay una célula que sea la misma. Es medio raro lo que estoy diciendo,
pero simplemente soy una persona distinta», dice Sofía, muy seria, en medio de ese mundo habitado por el silencio y la soledad.
Fuente:asiasur