Por Stakeholders

Lectura de:

Jorge Melo Vega
– Presidente de RESPONDE

Si hay un servicio público que no se valora adecuadamente en nuestro país es el del agua y saneamiento, salvo la circunstancia de aquellos que no lo gozan que son aproximadamente un millón de personas en la capital, para ellos la cuota del ingreso familiar destinada a comprar el agua a distribuidores informales, es poco menos que una fortuna, dado el nivel de ingreso de estas familias. Si ese es el escenario precario sobre el agua, el abordaje sobre el desagüe y su tratamiento, pasa a ser realmente dramático.

Cuánto realmente conoce la población al respecto. Es un lugar común mencionar la problemática del agua y su mayor escasez para los diversos consumos, pero muy poco se refleja eso en la factura que pagamos y por tanto, no asumimos esa supuesta escasez porque no nos llega al bolsillo. Por eso en Lima consumimos casi el doble de agua que en las principales ciudades del mundo como París, Londres o Madrid, con la diferencia que estás ciudades están al lado de ríos que incluso son navegables y Lima está en un desierto.

Es la foto de lo absurdo. El tema se agudiza cuando se trata del desagüe, por ser éste un servicio poco valorado y por tanto descuidado por los propios usuarios, a pesar del alto costo de su infraestructura y mayor aun el coste para el tratamiento de aguas residuales por parte de las plantas operadoras – PTAR. Este servicio no lo vemos expresamente reflejado en los recibos, está invisibilizado, pero es terriblemente importante y debe ser destacado al momento de cobrarse, ya que en muchos casos el costo de tratar el agua residual es superior al costo de producir la propia agua potable.

El ABC de una adecuada ciudadanía debe pasar por tener una cultura sanitaria en la población que reconozca el cuidado del agua, su buen uso, las ventajas en salud y nutrición que llega a significar gozar del servicio y cómo evitar que se desperdicie para reducir los costos de su tratamiento posterior. Esa adecuada ciudadanía se logra cuando las personas se ven obligadas a asignarle un valor económico que incentiva a obtener el mejor resultado por lo que le cuesta; pero si el servicio cuesta poco o lo que es peor, cuesta tan poco que ni siquiera conocemos sus tarifas porque el recibo termina siendo parte de los gastos comunes de los edificios, no hay forma despertar interés por su cuidado.

Se discute mucho sobre el impacto social y económico que tiene el agua y saneamiento en los países, pero en el nuestro no hemos sabido salirnos del debate y más bien lo que prima es un círculo vicioso alrededor de visiones populistas. El país ha sabido superar el desabastecimiento de los servicios de electricidad y telecomunicaciones tomando decisiones realistas, de alto costo político en su momento, garantizado hoy su cobertura a la mayoría de peruanos que viven en los diferentes pueblos. No es el caso del agua y saneamiento que tienen una tarifa envidiable para los usuarios atendidos, pero son millones a los que no le llega el servicio, entre otras razones, por las tarifas envidiables del servicio.

 







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