POR TAIRI RULLIER – Directora de Operaciones Académicas de la Universidad Privada del Norte (UPN)
De niño, de hecho, ha escuchado el cuento de la Caperucita Roja que, entre otras cosas, sirve para generar la idea de qué es bueno y qué es malo y, de ese modo, ir construyendo nuestros valores.
Pero ¿en qué momento las necesidades de los personajes se opusieron? En realidad, en ninguno, fue puro interés del autor porque el objetivo de Caperucita era llevar la comida a la abuelita y el objetivo del malvado lobo era no morirse de hambre en un bosque en el que, además, asechaba un cazador. Así ambos, sin saberlo y sin que sus objetivos sean opuestos, de pronto se convierten en enemigos en la polarización de Caperucita buena y lobo malo.
De la misma manera, seguro ha leído que las mujeres ganamos menos que los hombres por la misma labor o que existen menos mujeres que hombres investigadores con la categoría de Renacyt. O que a la mujer le toma más años en llegar a posiciones de liderazgo y que el porcentaje de mujeres en estos cargos, con respecto a los hombres, sigue no teniendo equilibrio.
Mientras leía el párrafo anterior fue presa seguro de algunas opiniones contrapuestas, y claro, aparecieron porque hemos dividido el país entre hombres y mujeres, como si fueran contrapuestos, y a cada uno se le irá dando la etiqueta de Caperucita buena o lobo malo.
Y, ¿por qué esto es tan relevante? Es simple, porque lo que necesitamos es igualdad de oportunidades. No necesitamos saber quién ganó porque detrás de esa disparidad de oportunidades se ocultan los sueños de miles de personas que buscan desarrollarse y lograr sus objetivos de vida.
Recuerde además que la falta de diversidad y la falta de espacios libres de estereotipos impacta tanto en hombres como en mujeres. Esto es tan real que en nuestro país tenemos menos mujeres en las ingenierías duras con respecto a los hombres; pero también tenemos menos hombres que mujeres enfermeros y educadores a nivel inicial. Visto de esa manera el cuento se cuenta solo: la falta de oportunidades y la dicotomía entre hombre y mujer hace más difícil el acceso, o que la persona encuentre tantas dificultades que termine por desistir y hace que, finalmente, no logre aquello que sueña.
Entonces, ¿dónde comenzar? Como todo cambio cultural debemos comenzar -y continuar- en la educación. Tenemos mucha evidencia en investigaciones nacionales y extranjeras que prueban que las empresas logran mejores resultados, no solo en clima y cultura, sino y, sobre todo, en resultados financieros y de innovación gracias a un directorio plural y equilibrado, donde las personas tienen acceso a puestos de liderazgo independientemente de ser hombre o mujer.
Son los educadores entonces los llamados también, a generar las competencias necesarias en sus estudiantes para, por un lado, no mirar diferenciadamente a los hombres y a las mujeres, sino hacerlo como personas que, en su diversidad y de acuerdo con su capacidad, aportan al logro de un objetivo. Por otro lado, competencias para promover el acceso igualitario a cumplir sus sueños y crecer como personas y profesionales. Si es así, todos nosotros, la sociedad en su conjunto, debemos levantar la mano cuando identifiquemos brechas y estereotipos de género, en el entendimiento que esto obstaculiza el desarrollo de quienes no tienen la fortaleza o los medios para salvarlos y termina sacrificando quienes querían ser.
En esa línea, si Caperucita se hubiera sentado con el Lobo y hubieran evaluado ayudarse para que cada uno logre su objetivo, el cuento y la sociedad que nace en consecuencia, serían diferentes. Lo que conlleva a que nosotros, hombres y mujeres, con nuestros puntos de encuentro y nuestras diferencias, también debamos poder sentarnos e identificar qué tenemos que cambiar para cerrar las brechas de género que existen y construyamos camino a una sociedad con igualdad de oportunidades. Porque las brechas de género nos afectan ambos y, por lo tanto, salvarlas nos salvará a ambos.
Si algo de esto lo tocó, si algo de esto le hizo eco, lo invito a investigar, porque el Perú necesita de cada uno de nosotros para ser el país que todas y todos, sin excepción, soñamos y educamos.