
El cambio climático ya no es una amenaza futura: sus impactos golpean con fuerza la agricultura mundial, poniendo en peligro la producción de alimentos y la subsistencia de millones de agricultores. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las pérdidas de cultivos relacionadas con fenómenos extremos podrían superar el 10 % anual hacia 2050 si no se adoptan medidas urgentes.
A continuación, los cinco principales efectos que están transformando los campos y reduciendo la capacidad de los suelos para sostener el alimento que llega a nuestra mesa:
1. Pérdida de productividad
El aumento sostenido de temperaturas, las olas de calor y las lluvias torrenciales reducen el rendimiento de cultivos básicos como maíz, arroz y trigo. En Perú, campañas de monitoreo revelan que las cosechas de maíz andino han caído hasta un 15 % en las últimas dos décadas en zonas tradicionales de cultivo, debido a episodios de sequía prolongada alternados con inundaciones repentinas.
2. Degradación del suelo
La erosión acelerada y la pérdida de materia orgánica comprometen la fertilidad natural de las tierras agrícolas. Según el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA), casi el 30 % de los suelos de la costa norte peruana presentan signos severos de desertificación, lo que obliga a usar cada vez más fertilizantes sintéticos para mantener los rendimientos.
3. Mayores riesgos económicos para el pequeño agricultor
La alta volatilidad climática, sequías imprevistas, heladas tardías o lluvias fuera de temporada, impacta directamente en los ingresos de agricultores familiares. Sin redes de seguro o acceso a financiamiento, muchas familias pierden hasta la mitad de sus ingresos anuales en años críticos, profundizando ciclos de pobreza rural.
4. Desplazamiento de cultivos
Zonas tradicionalmente aptas para determinados productos se vuelven inviables. En la sierra centro, granjas de papa han migrado hacia altitudes mayores en busca de temperaturas frescas, un fenómeno que obliga a los productores a reconvertirse o enfrentar pérdidas totales. Esta migración de cultivos también puede acelerar la presión sobre bosques y pastizales colindantes.
5. Incremento de plagas y enfermedades
El calor y la humedad favorecen la proliferación de insectos y patógenos que antes no encontraban condiciones óptimas para reproducirse. Plagas como la roya del trigo o el gusano del yuyo se han expandido más de 200 km hacia el sur en los últimos cinco años, obligando a tratamientos químicos más frecuentes y costosos.
Agricultura regenerativa: restaurar para resistir
Frente a este panorama, la agricultura regenerativa se perfila como la alternativa más prometedora. Este enfoque busca no solo minimizar el daño, sino revertir la degradación del suelo y fortalecer la resiliencia de los cultivos.
“La clave está en considerar al suelo como un organismo vivo. Cuando recuperamos la materia orgánica y promovemos la diversidad biológica, el campo se convierte en su propio sistema de riego y control de plagas”, explica la agrónoma Dra. Carla Huamán, investigadora del Centro de Estudios Ambientales Andinos.
Técnicas que marcan la diferencia
• Rotación de cultivos y cultivos de cobertura: alternar leguminosas con cereales y sembrar gramíneas entre campañas protege la tierra de la erosión, fija nitrógeno atmosférico y rompe ciclos de plaga.
• Labranza mínima: perturbar el suelo lo menos posible conserva su estructura y evita la liberación de CO₂ almacenado en materia orgánica.
• Agroforestería: integrar árboles frutales o maderables entre parches de cultivo mejora el microclima, aporta sombra y materia orgánica, y aumenta la captura de carbono.
• Enmiendas orgánicas: compost y biofertilizantes elevan la capacidad del suelo para retener agua y nutrientes, suavizando los efectos de la sequía y reduciendo la dependencia de agroquímicos.
Beneficios comprobados
• Restauración de la fertilidad: suelos con un 3 % extra de materia orgánica pueden retener hasta 20 % más agua, según estudios de la FAO.
• Mayor biodiversidad: sistemas mixtos con cobertura permanente registran hasta un 40 % más de insectos beneficiosos, reduciendo la necesidad de pesticidas.
• Resiliencia climática: granjas que adoptaron prácticas regenerativas en la sierra sur soportaron mejor la sequía del último ciclo, manteniendo rendimientos similares a años promedio.
El llamado es claro, autoridades, organizaciones y agricultores deben articular políticas públicas, acceso a financiamiento y asistencia técnica para escalar estos modelos. Solo así la agricultura podrá dejar de ser víctima del clima y convertirse en parte de la solución, garantizando alimentos para las próximas generaciones y restaurando la salud de la tierra que nos nutre.