Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

La evidencia económica en contra del control a las tasas de interés es bastante contundente. Empecemos por indicar que darte un préstamo es un servicio que el banco ofrece. El precio de ese servicio es la tasa de interés. Como todo precio, si los costos de darlo son más altos, este será más alto. Y si pones un control a esas tasas de interés, estás poniendo un límite de precios, algo que ya sabemos que no funciona. Eso en países de verdad se enseña en secundaria.

Dicen que de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno. No sé si eso sea cierto, porque aún estoy vivo en este mundo, pero lo que sí puedo asegurar es que de buenas intenciones está hecho el camino a la espiral intervencionista. Es decir, “meter la pata” motivando que el Estado se meta a un mercado, generando distorsiones que empeoran todo y, en un segundo momento, en vez de reconocer que “metiste la pata”, refuerzas el intervencionismo con una medida adicional. En el Perú bien podríamos llamar a esto “un martes cualquiera”.

La intención de hacer que más peruanos tengan acceso a créditos a tasas de interés más razonables es noble. De hecho, es uno que compartimos casi todos. No obstante, el instrumento seleccionado es quizás el peor de todos. En economía nunca funciona dictar que las cosas serán como yo quiero que sean. Así no funciona. La economía tiene formas graciosas de volverse contra ti en esos casos.

Las tasas de interés en el Perú son altas por varias razones. La principal de ellas es que prestar dinero es muy riesgoso. La alta informalidad, por ejemplo, lleva a situaciones en las cuales una empresa puede ser exitosa por años sin estar registrada en ninguna parte, de tal manera que cuando vaya a un banco a prestarse dinero, al ser evaluada por medios convencionales, termine siendo tóxica. Si no cumple con devolver el préstamo, no hay nada legalmente que embargarle.

Cuando se pone un límite a las tasas de interés, se está jugando en la dirección contraria. Al querer controlar el precio, se termina imponiendo una cantidad de préstamos a ser otorgados. Siendo la tasa de interés la forma como se regula el riesgo (clientes más riesgosos pagan tasas de interés más altas), al poner un límite a la tasa de interés que se puede cobrar, se está dictaminando que se deje de prestar dinero a clientes que implican más riesgo. Es decir, a emprendedores más informales o de menores ingresos. Se les excluye por ley.

El resultado es más empresas formales y familias de altos ingresos teniendo acceso a esos préstamos, que quizás ni necesitaban, por un lado. Y al otro, emprendedores que necesitan créditos para capital de trabajo o familias de bajos ingresos que necesitan préstamos para mejorar su nivel de vida (comprar una casa, adquirir un carro, etc.). Estos estarán marginados, porque la tasa mínima ha decidido que queden fuera del sistema. ¿Qué les queda? Pues tres opciones.

Primero, ya no prestarse. Eso implica dejar de aprovechar oportunidades o mantener el mismo estilo de vida sin mejorar tu bienestar. Es una opción que te queda. Segundo, prestarte de un usurero informal. De hecho, ellos son los que más van a ganar con esta iniciativa, porque el Estado ha generado un mercado cautivo para ellos. Estos prestamistas informales, por supuesto, aplican tasas de interés varias veces mayor a la permitida e incluso superior a la que les habría cobrado el banco si no hubiese habido control. Y tercero, prestarte del Banco de la Nación, que ya está prestando a tasas bajas, representando una violación al principio de no subsidiaridad, compitiendo deslealmente con el sector privado, algo que un estudiante escolar ya debería saber que trae consecuencias negativas a toda la economía.







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