Por Stakeholders

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Por: Ricardo Mathews
Gerente de Riesgos Humanos de Gallagher Perú

Según estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cada 15 segundos un trabajador tiene el riesgo de perder la vida a causa de un accidente laboral o enfermedad derivada de su profesión; es decir, se puede hablar del riego que corren casi 6 000 personas al día y más de 2 millones al año. Cifras que pueden equivaler en número a la sumatoria de la población total de los distritos de San Juan de Lurigancho, Villa María del Triunfo y Los Olivos.

Por esa razón, y recordando el Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo, la prevención de riesgos debería estar presente en todo lo que hacemos. Hoy vivimos una situación que podría incrementar esas cifras; un problema de salud que ha generado un cambio tanto en el ámbito personal como laboral de cada persona. Ha llevado a trabajadores, empresas, incluso gobiernos, a enfrentar retos sin precedentes para combatir los efectos del virus.

Sin importar la industria, ahora todos enfrentamos un nuevo riesgo, un enemigo invisible con consecuencias mortales que ha provocado que muchas empresas desaparezcan y muchas otras se vean obligadas a reinventarse. Ya no solo debemos cumplir con las clásicas recomendaciones para ser conscientes de los peligros en nuestro trabajo o para la identificación de las condiciones inseguras en el mismo; ahora, todos estamos “obligados” a aprender y generar nuevos hábitos de cuidado, que trascienden la frontera laboral llegando incluso a nuestros hogares; que en muchos casos es el nuevo ambiente de trabajo.
Debemos ser conscientes de que, sino identificamos de manera correcta todos los peligros y los riesgos, los principales afectados serán nuestros propios familiares. En adición a todo ello, tenemos el impacto emocional generado por padecer la enfermedad, por tener un familiar afectado, por haber perdido a un ser querido, por enfrentar el confinamiento con la intención de limitar las posibilidades de todo lo anterior, por la posibilidad de perder el trabajo o el sobrellevarlo con las tareas propias de la crianza de los hijos.

Si bien el teletrabajo puede eliminar o reducir algunos riesgos laborales tradicionales, puede, a su vez, generar un aumento significativo de las enfermedades mentales. Factores de riesgo psicosociales como las altas cargas y ritmos de trabajo, las largas jornadas laborales, la idea de tener que estar disponible en todo momento, la falta de desarrollo profesional, entre otros, pueden afectar negativamente a la salud mental provocando situaciones de agotamiento físico y mental (burnout), clínicamente un aumento en la incidencia y prevalencia de casos de depresión y estrés.

¿Cómo remediar o reducir el impacto de todo ello? Primero, debemos aprender a manejar nuestros tiempos, a organizarnos, a combinar el mundo laboral con las tareas propias de la casa, no debemos alimentar la ansiedad con noticias o acontecimientos negativos, necesitamos aprender a relajarnos, a comunicarnos con otras personas y sobre todo a compartir cómo nos sentimos. Ahora que el distanciamiento social es la base de las estrategias de protección contra el virus, es importante mantener los lazos de manera virtual con amigos y familiares.

Es posible que después de todo esto tengamos que preguntarnos si la infección por SARS-Cov2 es una enfermedad profesional universal, o si todos los trastornos mentales generados o exacerbados de manera directa o indirecta durante la pandemia también lo son.

 







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