Un grupo de pacientes aborda con The New York Times sus historias de síntomas devastadores, su frustración por encontrar atención y las repercusiones psicológicas relacionadas con la enfermedad.

Foto: AFP

Por Stakeholders

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Aunque la viruela del mono causa sobre todo lesiones cutáneas y fiebre, las personas que la han padecido sufren repercusiones psicológicas relacionadas con la enfermedad, que exige un confinamiento de tres semanas y el peso de la discriminación.

Siete pacientes que accedieron a identificarse y contar su experiencia en un informe del New York Times coincidieron en que hay angustia psicológica por el «dolor» y las «secuelas, sobre todo estéticas», y también por el hecho de padecer una enfermedad que ocurre dos años después de la Covid-19.

Un halo de estigmatización y vergüenza envuelve a este virus. La viruela del mono, durante décadas detectada casi exclusivamente en África occidental y central, suele manifestarse con una fuerte fiebre que deriva rápidamente en erupciones cutáneas, especialmente en la cara.

Los pacientes, además, desarrollan lesiones internas, sobre todo coloproctológicas (que afectan colon, recto y ano), y a veces requieren una hospitalización. Miguel Anda, presentador de eventos nocturnos y trabajador sexual, notó los primeros síntomas del mal 2 de junio, cuando la mayoría de los neoyorquinos no tenían el virus en su radar. 

Dos décadas atrás tenía adicción a la metanfetamina y sida, y fue hospitalizado durante un mes con neumonía. Sin embargo, a partir de entonces ha estado sobrio y con una carga viral de VIH indetectable, aunque la viruela del mono le provocó recuerdos dolorosos.

“Tener miedo, no saber qué estaba pasando. Todas las conversaciones con los médicos y ellos sin saber qué hacer. Me dio miedo por mí. Me hizo temer por mi comunidad”, dijo al Times. 

Aunque las dos enfermedades no tienen nada que ver en términos de gravedad, la viruela del mono reaviva los traumas del VIH. Como pasó con el virus de la inmunodeficiencia humana, la viruela del mono circula actualmente dentro de la comunidad HSH (hombres que tienen relaciones sexuales con hombres), lo que ha provocado un aumento de las discriminaciones.

Los casos globales ascienden ya a 50.496, con 16 muertos, según las estadísticas que actualiza periódicamente la Organización Mundial de la Salud (OMS), que sitúan a EE. UU. como el país con más casos registrados (17.994) y a España como el segundo, con 6.543.

En Latinoamérica, tras Brasil el país con más contagios registrados es Perú (1.463), seguido de Colombia (582), México (504) y Chile (344), siempre según los datos recopilados por la OMS desde las redes sanitarias nacionales, que han detectado este virus en más de un centenar de países, y una mezcla de pudor, indiferencia y temor que está haciendo que apenas hable de este.

Aunque la viruela del mono tiene un índice muy bajo de mortalidad, se puede complicar cuando el paciente sufre sida y no sigue su tratamiento, ya sea porque lo ha abandonado o porque no sabe que padece.

Visibilización contra el prejuicio

Dominic Faison, de 35 años, había competido en un baile el 25 de junio. Los bailes son lugares concurridos, con mucho contacto cercano. Cuando apareció un primer bulto en la sien derecha, se la rascó, pensando que era una espinilla, o tal vez una reacción alérgica a su nuevo jabón.

Luego apareció un segundo bulto en el costado de su pene. También sintió náuseas y fiebre, por lo que llamó a Callen-Lorde, su clínica de salud sexual. El 7 de julio, un médico le tomó una muestra de sus lesiones para ver si tenía viruela del mono.

Faison ha sido uno de los primeros en la escena del salón de baile en hablar públicamente sobre su enfermedad en Facebook. Dijo que le resultaba frustrante que más personas no prestaran atención a sus advertencias y limitaran su contacto con los demás. “No podemos salvar a todos. Pero si podemos salvar a la mayoría, o al menos a uno, es un paso”, dijo al Times. 

Otra historia que recoge el diario estadounidense es la de Jeffrey Galaise. “Tengo historia tras historia tras historia de personas que vinieron a mí porque no sabían a dónde más ir”, dijo el trabajador del Departamento de Educación de la Ciudad de Nueva York.

Galaise ha oído experiencias homofóbicas que tuvieron al buscar ayuda de los médicos. Muchos estaban preocupados por contarles a sus jefes, compañeros de trabajo u otras personas en sus vidas por qué habían estado enfermos. Algunos mantuvieron sus cámaras apagadas; otros se negaron a decirle a nadie sus nombres.

“No puedo decirte la cantidad de veces que he llorado. La gravedad de esto es tan compleja”, dijo al visibilizar su caso para derribar el estigma.







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