Por Stakeholders

Lectura de:

HANS ROTHGIESSER
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

La actriz británica Jameela Jamil, mejor conocida por su papel en la serie The good place, tuvo una infancia muy dura. Nació con un problema congénito auditivo y laberintitis. Tuvo varias intervenciones para corregirlo. Hoy en día tiene 70% de capacidad en un oído y 50% en el otro. Además, a la edad de nueve años fue diagnosticada con el síndrome Ehlers-Danlos, que afecta las articulaciones del cuerpo, y a la edad de doce años fue diagnosticada también con una enfermedad celiaca que la llevó a tener intolerancia a grupos de comida. Además, a la edad de 21 encontraron que había sido envenenada con mercurio por un tratamiento odontológico, el cual además la dejó con huecos de quemaduras en el sistema digestivo.


Pero ahí no acaban sus desgracias. Desde los 14 años sufrió de anorexia hasta los 17 años. ¿Qué pasó a los 17? La atropelló un carro. Este accidente la dejó con varios huesos rotos y la columna dañada. El doctor le dijo que no volvería a caminar, aunque un tratamiento de esteroides y fisioterapia le permitió recuperar esa habilidad. Esto, a
su vez, impidió que terminara el colegio, lo que afectó sus opciones laborales. Tuvo que trabajar enseñando inglés a
estudiantes extranjeros por dos años hasta que ingresó al mundo del modelaje y eventualmente al del entretenimiento. De adulta fue diagnosticada también con la enfermedad de Hashimoto.

Hay un detalle adicional. En el medio de toda esta tragedia, Jamil tenía que además atender a miembros de su familia que requerían cuidados especiales. Esto aportó al marco de depresión que tuvo luego. Cuando fue activista
en temas de salud mental, ha insistido en que era imposible que pudiera cuidar adecuadamente de otros, si es que ella misma tenía esos problemas que no estaban siendo atendidos. Que primero tenía que prestar atención a sus problemas y aunque sea dejarlos encaminados en rumbo a ser solucionados, antes de asumir la responsabilidad de encargarse de seres queridos. Lo contrario sería irresponsable.


Al escuchar a los empresarios y ejecutivos y líderes empresariales hablar en CADE, ésa es la pieza que pareciera que no están entendiendo. Difícilmente va a mejorar el país si ellos mismos no comienzan por ayudarse a sí mismos. Hablan de mejorar la calidad de la educación, pero varios dueños de universidades relevantes hablan de desmantelar la regulación de la educación superior. Hablan de la pobre cultura financiera en el país, pero poco o nada hacen por generarla. Y los pocos programas y proyectos que sí existen, están mal diseñados o son poco efectivos. Hablan de la necesidad de más meritocracia en el gobierno, pero en muchas empresas persiste la argolla o el amiguismo para la contratación de ejecutivos o selección de proveedores.


Según Arellano, en el Perú hay una empresa por cada 13 habitantes. En Colombia es cada 33 habitantes y en Estados Unidos cada 22 habitantes. Es decir, hacer empresa es algo mucho más común aquí. Hasta un 73% preferiría vivir de su negocio propio, que de un trabajo fijo. Esto es bastante alto. Entonces, si hacer empresa es algo tan presente en nuestras vidas y es una opción que contemplamos tanto, ¿por qué andamos eligiendo autoridades que se oponen abiertamente al sector privado y al modelo de economía de libre mercado?

Porque hacer proyectos de responsabilidad social solamente no es suficiente. Porque ver esto como un asunto de relaciones públicas tampoco lo es. Se necesita otro enfoque para el manejo de la imagen de las empresas. De cada una de las empresas de cada uno de los empresarios. Mientras se siga manejando esto con criterios de hace medio siglo y mientras al otro lado tengas activistas que se oponen abiertamente al capitalismo en sus distintas formas, que saben manipular mucho mejor a la opinión pública, seguiremos de mal en peor.







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