Según datos de la FAO, una dieta promedio puede requerir entre 2.000 y 5.000 litros de agua al día. La producción de alimentos de origen animal tiene habitualmente una huella hídrica mayor.

 

Por Stakeholders

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Producir los alimentos tiene un consumo hídrico significativo. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define la agricultura con un doble rol: es una de las principales causas de la escasez de agua, pero también una de sus principales víctimas.

La cantidad de agua utilizada diariamente para producir los alimentos que consume una persona puede variar dependiendo de su dieta, pero, según datos de la FAO, una dieta promedio puede requerir entre 2.000 y 5.000 litros de agua al día. Algunos factores pueden variar significativamente la cantidad de recursos hídricos empleados en la dieta, como, por ejemplo, el alto consumo de alimentos cárnicos.

En general, los alimentos de origen vegetal requieren menos agua que los de origen animal. Por ejemplo, para producir un tomate se necesitan 13 litros de agua, para una papa 25 litros, para una naranja 50 litros y para una manzana 70 litros. Respecto a las legumbres y cereales, resalta que para obtener un kilogramo de lentejas se requieren 1.250 litros de agua. Un kilogramo de lentejas son 1.250 litros de agua; un kilogramo de ternera son 15.000 litros

Mientras que, la producción de alimentos de origen animal tiene habitualmente una huella hídrica mayor (aunque hay excepciones, como el chocolate). Producir un kilogramo de pollo consume 4.300 litros de agua, y el queso requiere unos 4.800 litros por kilogramo. Algunas de las huellas más elevadas se encuentran en la carne; entre ellas destacan la carne de cerdo (6.000 litros por kilogramo), de cordero (8.700 litros por kilogramo) y de ternera (15.000 litros por kilogramo).

De acuerdo con cifras de esta entidad, la agricultura representa casi el 70% de todas las extracciones de agua dulce y hasta el 95% en algunos países de desarrollo, entre los cuales se destaca Somalia, Afganistán, Nepal, Mali, Sudán, Laos y Madagascar. Estas cifras suponen dificultades para la futura gestión del agua en un escenario que estará marcado por un empeoramiento del cambio climático, un cambio en las dietas y una población mundial que se pronostica que será de casi 10.000 millones de personas en 2050. 

Se calcula que la producción alimentaria tendrá que aumentar un 60% para el año 2050 para satisfacer la demanda; y, además, se sabe que en un futuro tendremos que emplear nuestros recursos hídricos de una forma más eficiente para lograr producir más con menos. Una de las claves para lograrlo es, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la elección de los cultivos: un cambio en qué plantamos que comenzaría por otro en qué comemos.

¿Cómo reducimos nuestra huella hídrica alimentaria?

Hay muchas recomendaciones que puedes integrar a tu vida si quieres reducir tu huella hídrica alimentaria. La primera, y muy vinculada con lo que, explicado en el párrafo anterior, es reducir el consumo de carne y lácteos, optando por más alimentos vegetales: incorporar más frutas, verduras y legumbres en la dieta puede ayudarte a reducir tu consumo hídrico.

Otra medida que como consumidor puedes implementar es optar por productos locales y de temporada -lo que puede reducir la huella hídrica vinculada con el transporte y el almacenamiento- y por alimentos que provengan de agricultura sostenible, que suele vincularse con prácticas de riego más responsables, lo que resulta en una mayor eficiencia en el consumo hídrico.

Otra recomendación es reducir al mínimo posible el desperdicio de alimentos. Cada vez que arrojamos comida, estamos tirando también agua y, según estimaciones realizadas por la FAO en el año 2011, anualmente un tercio de los alimentos del mundo son desperdiciados o perdidos, lo que corresponde a aproximadamente 1.3 mil millones de toneladas de alimentos por año.

¿De qué tamaño es tu huella hídrica?

Asimismo, el desperdicio de alimentos tiene una repercusión ambiental, de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) injustificadas e innecesarias y conduce a un uso ineficiente de energía, mano de obra, agua y otros recursos ambientales.

Igualmente, en el sentido económico, la FAO defiende que el desperdicio de alimentos supone una carga significativa de recursos económicos invertidos y la reducción de ingresos de los productores y otros actores de la cadena de valor. Sólo entre la cosecha y la distribución, esta entidad identificó, en el año 2019, que un 14% de los alimentos del mundo se perdían, con un valor estimado de 400.000 millones de dólares estadounidenses.







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