Por Stakeholders

Lectura de:

BERNARDO KLIKSBERG*
Asesor de diversos organismos internacionales*

La revolución digital progresa a pasos acelerados. Así, la Inteligencia artificial (IA) ha tenido un papel crucial en generar las vacunas antipandemia y enfrentarla. Ha hecho posible llevar a cabo testeos gigantescos, emitir pasaportes verdes que certifican la aplicación de las vacunas, permitir el control del acceso a lugares de alta concurrencia, y crear robots “enfermeros” que están prestando servicios críticos, en sistemas hospitalarios avanzados evitando contagios. La extensión de la digitalización, ha facilitado también la labor de los personales más expuestos en contacto con públicos múltiples.

En otros campos como los sistemas de pagos, se va al pago instantáneo. Los pagos en vivo, a través de modalidades electrónicas que eliminan los tiempos usuales, crecieron en un 41% en el 2020.

Aun las áreas más tradicionales están ingresando en la digitalización. Así sucede con la justicia. En Chile por ejemplo todas las causas se tramitan digitalmente. Se va a los tribunales on line, a asegurar a los que piden justicia, a dar el seguimiento digital de todas las etapas del proceso, a buscar la información integral sobre los fundamentos de las sentencias, a poner a disposición pública toda la jurisprudencia de la Corte Suprema, y la rendición integral de cuentas. En ese como en otros países se trata de usar la IA para asegurar acceso, y transparencia.


La IA tiene aplicaciones extensísimas en los aparatos de producción y mercadeo, y ha reestructurado en los últimos 12 años a las comunicaciones. Uno de los nuevos líderes tecnológicos, Facebook, tiene 2.700 millones de usuarios, casi la mitad de toda la población adulta.

Junto a sus formidables aportes, la transformación digital trae consigo riesgos muy preocupantes. Entre ellos, junto a la desocupación masiva que numerosos estudios pronostican, está la manipulación de los medios sociales en gran escala por algunos de los grupos más retrógrados del orbe, para hacer campanas xenofóbicas, racistas, antisemitas, antiasiáticas, misóginas, antidemocracia, negadoras del cambio climático, o antivacunas. En la experiencia real le ha sido muy difícil a las grandes redes como Facebook, Twitter, Google, Instagram, YouTube, y otras, enfrentar esa penetración. Entre otros efectos, la desinformación organizada ha engañado y seducido con conspiraciones inventadas, calumnias sistemáticas, y fake news constantes, a públicos muy amplios, anulando parcial o totalmente su capacidad de captar los hechos reales, y poniéndolos en diversos casos contra la ciencia.


Ante los daños incalculables a causas centrales hoy para el género humano, como la lucha contra la pandemia, la sostenibilidad, el fortalecimiento de la democracia, la reducción de la pobreza, y las grandes desigualdades, ha habido severas demandas sociales a las redes de impedir el ingreso de las grandes imposturas, que en definitiva favorecen intereses políticos y económicos contrarios a un mundo inclusivo, justo y protector de la naturaleza.

Las empresas han respondido reforzando barreras. Entre otros ejemplos Facebook contrató 40.000 especialistas para controlar contenidos; Apple creo mecanismos para eliminar la pornografía infantil, y YouTube cerró las cuentas de miles de grupos extremistas.

Sin embargo, se necesita mucho más. Algunas empresas, como Facebook han pedido públicamente que el Estado regule. Hay otros problemas como el hackeo de grandes bases de datos públicas y de empresas, el sabotaje informático, y el chantaje para cesarlo, y otras formas de criminalidad.

Para aprovechar a fondo las excepcionales oportunidades que la IA y la digitalización abren, y frenar las prácticas corrosivas, será necesario movilizar plenamente la defensa del interés público por parte de los gobiernos, profundizar la responsabilidad social de las empresas afectadas, y exigir activamente a ambos desde la sociedad civil la protección del bienestar público







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