Baltazar Caravedo Molinari
Miembro del Directorio de CTC Consultores
Muchas veces, las personas conversamos y discutimos acerca de por qué se dieron los sucesos que vivenciamos, que experimentamos o que recogimos de narraciones diversas. En los relatos históricos se suelen identificar personajes y situaciones cuya emergencia o despliegue son considerados fundamentales y se les dan calificativos que sobredimensionan o sobrevaloran su importancia y significado.
En la vida cotidiana hacemos lo mismo, independientemente del hecho o de su magnitud. El propósito gira en torno a la necesidad de destacar méritos o atribuir culpas.
La simplificación no solo genera argumentos contrapuestos, sino que omite dar cuenta de la gran variedad de afectos, factores, fuerzas, energías y lógicas que intervienen y que podrían ayudar a explicar por qué se plasma una circunstancia. En otras palabras, cuando se asume un razonamiento de esta índole, es decir, que reduce la realidad, se obliga a tomar partido por uno de los aspectos pero no a enfrentar el reto de comprender, apreciar y resolver la contradicción que se ha dado.
La ilusión que tenemos los seres humanos es poder dominar conscientemente todos los elementos que intervienen en un resultado. Esta pretensión busca ordenar jerárquicamente los factores en juego, como si fuesen vectores en un campo de fuerzas. Suele incluirse solo lo que está fuera del propio sujeto, del actor. En otras palabras, se tiende a excluir todos aquellos aspectos que se agrupan dentro de lo que se entiende por emoción. No podemos razonar sin deseos, sin intereses, sin afectos.
La lógica que nos sostiene no puede deshacerse de lo emocional. Nuestra razón está plagada de elementos inadvertidos, subjetivos, emocionales.
El filósofo español Manuel Cruz publicó hace muchos años (1995) un libro que llevaba por título ¿A quién pertenece lo ocurrido? Hacerse esta misma pregunta en el Perú hoy tiene mucho sentido. Lo que se vive actualmente es el resultado de un largo proceso de transformaciones no lineales en diferentes planos, dimensiones, individuos y organizaciones que ha terminado por configurar la dinámica del sistema vigente de la sociedad peruana.
La infinidad de sentidos y vínculos que se entrecruzaron generó una lógica de funcionamiento y comportamiento que atravesó todos los componentes del sistema, no solo a una parte de estos.
Si bien el más devastador de los colapsos puede darse como producto de la fragmentación y polarización social, la transformación de la sociedad peruana no se dará porque una plataforma política subordine a la otra. Desde mi punto de vista de lo que se trata es de modificar la lógica de reproducción de los vínculos que se dan en la sociedad, en diferentes planos y dimensiones. Y ello no es un proceso meramente racional.
El discurso que subyace de manera predominante en el mundo inadvertido de los peruanos es cínico, desconfiado y pesimista. Si bien tomará mucho tiempo desmontarlo, en esto hay que trabajar.
No solo es un asunto de buenas maneras y modales, sino de la más profunda afectividad.