Una que puede financiar el futuro del planeta o convertirse en una nueva forma de extractivismo climático si no se hace bien.

Por Stakeholders

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En un mundo donde el clima ya rompió sus propias advertencias. el 2024 fue oficialmente el año más caluroso de la historia, el carbono se ha convertido en algo más que un problema: ahora es también una moneda. Una que puede financiar el futuro del planeta o convertirse en una nueva forma de extractivismo climático si no se hace bien.

Mientras las emisiones siguen creciendo y las metas del Acuerdo de París se alejan cada vez más, surge una herramienta clave que ha ganado protagonismo en Davos, Bakú y todos los foros ambientales del último año: los Mercados Voluntarios de Carbono (MVC). Suena técnico, pero en esencia, se trata de algo simple: comprar y vender aire limpio. Es decir, invertir en proyectos que capturan o reducen CO₂, como proteger bosques o restaurar manglares, a cambio de créditos que compensan huellas de carbono.

Y aunque suena bien, hay una trampa silenciosa: estos mercados pueden convertirse en una excusa para seguir contaminando si no tienen reglas claras, trazabilidad y sobre todo, un compromiso real con quienes custodian la biodiversidad del planeta: las comunidades locales.

Por eso, cada vez más voces exigen integridad. No solo técnica, sino ética. ¿Quién gana con estos créditos? ¿Quién los certifica? ¿Y cómo garantizamos que los beneficios no se queden en manos de los intermediarios?

En medio de este debate, organizaciones como The Nature Conservancy están promoviendo estándares más estrictos. Su propuesta: una Barra de Excelencia que garantice que los beneficios lleguen a donde deben llegar, que se proteja la biodiversidad y que no se repita la historia de las falsas soluciones.

Grandes empresas como Google, Microsoft y Meta ya han comprometido millones en créditos de alta calidad, y en la última COP29 se avanzó hacia la creación de un mercado global de carbono regulado por la ONU. Pero el tiempo corre: si queremos que el carbono sea una herramienta y no una trampa, hay que actuar ahora.

Porque al final, la verdadera pregunta no es cuánto vale un crédito de carbono. Es cuánto vale un bosque en pie, una comunidad protegida, un planeta todavía habitable.

La naturaleza ya hizo su parte. Nos toca a nosotros hacer la nuestra.

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