La Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) volvió a poner sobre la mesa los grandes desafíos del país: crecimiento económico, confianza, institucionalidad y empleo. Mientras seguía la cobertura del evento, fue evidente que el enfoque estuvo, como corresponde, en los temas macroeconómicos y en reformas estructurales en sectores como salud y educación. Incluso hubo referencias a la necesidad de contar con talento humano para mejorar la gestión pública y fortalecer servicios esenciales.
Sin embargo, dentro de un panorama donde la tecnología ya está redefiniendo mercados y modelos productivos, el debate sobre la actualización de competencias en la fuerza laboral tuvo un protagonismo menor frente a la magnitud del desafío. Y es una conversación impostergable.
El Perú continúa discutiendo cómo reactivar su economía, pero evita entrar de lleno a una pregunta crítica: ¿estamos formando a las personas para el trabajo que ya existe hoy? La IA dejó de ser una herramienta experimental y se ha convertido en el nuevo estándar de productividad global. Las empresas la adoptan, los procesos cambian y los requerimientos laborales evolucionan más rápido que nuestras políticas educativas y nuestros modelos de capacitación.
Mientras otros países debaten abiertamente cómo reentrenar a su fuerza laboral, aquí el capital humano tiende a verse como un asunto complementario. No lo es. Es la base sobre la que se sostiene cualquier apuesta de competitividad. Sin trabajadores capaces de manejar datos, integrar herramientas digitales, automatizar tareas o colaborar con sistemas de IA, la inversión pierde eficiencia, la productividad se estanca y las empresas —grandes y pequeñas— ven limitada su capacidad de crecer.
El reto no pasa solo por generar empleo, sino por asegurar que quienes ocupan esos puestos tengan las competencias que el mercado ya exige. Y esto no se resuelve acumulando títulos, sino con capacitación continua, pertinente y flexible. Con programas que acompañen a las personas durante toda su vida laboral y que respondan a la velocidad del cambio tecnológico.
El país necesita asumir esta conversación con seriedad. Si queremos hablar de crecimiento sostenido, de diversificación productiva o de modernización del Estado, tenemos que reconocer que el talento es una inversión estratégica, no un costo. El Perú no puede esperar al CADE 2026 para discutirlo. Estamos llegando tarde.
Los próximos años serán decisivos. Las empresas que capaciten a su gente serán más productivas. Los trabajadores que desarrollen competencias digitales tendrán mejores oportunidades. Y los países que apuesten por el talento serán los que lideren la región. Sin talento actualizado no hay competitividad. Y sin competitividad, simplemente no hay crecimiento.









