Por Mario Matuk - CEO de Solgas

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Hay rincones del Perú donde la vida aún se detiene cuando cae la noche. Las velas sustituyen a la luz eléctrica, los fogones reemplazan a las cocinas modernas, y el silencio digital desconecta a miles de peruanos del mundo. Esta es la realidad de 1.7 millones de hogares en las zonas rurales del país, donde el acceso a fuentes de energía modernas sigue siendo limitado o inexistente. Y aunque muchas veces se percibe como una carencia más entre tantas, la verdad es que la falta de energía no solo representa una barrera técnica, sino un factor estructural que perpetúa la desigualdad.

Sin energía, las oportunidades se apagan. Una niña que estudia a la luz de una vela tiene menos probabilidades de alcanzar un buen desempeño escolar. Un agricultor que no puede conservar sus productos en frío pierde mercado y rentabilidad. Un puesto de salud que no cuenta con electricidad enfrenta condiciones críticas para atender emergencias. La ausencia de energía moderna no solo limita el desarrollo económico, también afecta la salud, el bienestar y los derechos más básicos.

«Sin energía, las oportunidades se apagan».

Además, el uso de fuentes contaminantes como la leña o el carbón para cocinar genera un impacto directo en la salud, especialmente en mujeres y niños que pasan más tiempo expuestos al humo en espacios cerrados. Según un último estudio sobre pobreza energética en el Perú, elaborado por Macroconsult, el 46 % de los peruanos ya sufren las consecuencias nocivas de una exposición prolongada a este tipo de fuentes de energía.

Frente a esta realidad, urge repensar el rol del Estado, las empresas y la sociedad civil en la construcción de un modelo energético más justo y sostenible. Ampliar el acceso a fuentes limpias, seguras y asequibles es parte de esa ruta. No solo como una solución transitoria, sino como una herramienta concreta para reducir la pobreza energética y mejorar la calidad de vida de millones de peruanos.

La energía es más que un recurso: es un habilitador de derechos, una base para el desarrollo y un puente hacia un futuro con más equidad. Asegurar su acceso es una responsabilidad compartida que no puede seguir postergándose. Porque sin energía, no hay presente. Y mucho menos, futuro.







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