Por SANDRO SÁNCHEZ - Director de Impacto Positivo en Centrum PUCP

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En pleno año 2024 y a casi una década del lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), es imperativo reconocer que hablar de sostenibilidad en el ámbito educativo aún no es una realidad palpable en muchos países. Aunque se han hecho esfuerzos por integrar este tema en las aulas, su tratamiento sigue siendo superficial en comparación con la magnitud de los desafíos que enfrentamos. La educación en sostenibilidad debería trascender más allá de simples lecciones de reciclaje, o ahorro de agua y energía; debe ser integral, permeando todas las materias y fomentando la generación de impactos positivos en nuestra sociedad.

Nuestra responsabilidad primordial, como instituciones educativas, es empoderar a nuestros estudiantes para que se conviertan en reales agentes de cambio. Esto implica dotarlos de las herramientas necesarias para identificar problemáticas sociales y desarrollar soluciones innovadoras y sostenibles. Además, en el ámbito de la educación superior, donde se terminan de formar los líderes del futuro, es crucial inculcar estas competencias y habilidades, exponiéndolos a diversas realidades y motivándolos a impulsar transformaciones significativas en sus entornos. También es nuestro deber facilitar el acceso a educación de calidad a aquellos segmentos de la población que lo necesitan, pero no pueden costearlo.

Lo antes expuesto, cobra mucha más relevancia si se tiene en cuenta que las empresas juegan un papel fundamental como impulsores del cambio del siglo XXI. Ante la evidencia de que el Estado no siempre puede cubrir todas las necesidades sociales, las corporaciones, independientemente de su tamaño, deben asumir una responsabilidad activa en la promoción de prácticas sostenibles y la adopción de medidas que contribuyan al bienestar de la sociedad y del medio ambiente.

«Es esencial que las instituciones educativas lideren con el ejemplo, adoptando prácticas sostenibles en sus propias instalaciones y con sus propios equipos de colaboradores».

Además, es esencial que las instituciones educativas lideren con el ejemplo, adoptando prácticas sostenibles en sus propias instalaciones y con sus propios equipos de colaboradores. Si bien medidas significativas como la transición hacia un campus educativo completamente sostenible pueden requerir unas inversiones mayores, existen acciones que pueden implementarse con recursos limitados y que generan un impacto positivo tangible. Desde el uso eficiente de la energía y el agua, hasta la gestión adecuada de los residuos y la promoción de espacios verdes. Cada acción cuenta en el largo camino hacia la sostenibilidad. Sin embargo, prevalece la importancia de integrar la sostenibilidad en el modelo educativo y planes de estudio de las instituciones educativas con miras al desarrollo de competencias.

Una educación comprometida con la sostenibilidad implica integrar este principio en todos los aspectos del proceso educativo, desde el diseño de los planes de estudio hasta la gestión de las instalaciones. Solo así podremos formar ciudadanos conscientes y responsables, capaces de enfrentar los desafíos del siglo XXI y contribuir a la construcción de un futuro más sostenible para todos.







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