Por Rosanna Ramos-Velita - Presidenta del directorio de Los Andes

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Cuando miro hacia atrás y pienso en todo lo que he logrado y en lo que aún sueño construir, no puedo separar ese camino del rol que cumplió y sigue cumpliendo mi madre en mi vida. No solo como figura familiar, sino como motor de crecimiento, como fuente silenciosa pero constante de aspiración.

Aunque nací en Ica, siempre sentí un vínculo profundo con las raíces andinas que me transmitió mi mamá, que es de Huancayo. Ella me enseñó a valorar la esencia de nuestra cultura, esa que nace del altiplano, del lado del Titicaca, y que todos los peruanos llevamos, consciente o inconscientemente, en el corazón. Por eso, cuando decidí impulsar un proyecto social en Puno, supe que estaba respondiendo también a una conexión emocional que venía de ella, de sus historias, de su manera de ver el mundo.

Mi madre fue, además, mi primer gran ejemplo de mujer profesional y emprendedora. Con un doctorado en farmacia y bioquímica, decidió abrir una farmacia en una zona comercial de Ica que no era fácil: insegura, desafiante. Yo la veía trabajar desde niña, atender con respeto y cariño a cada cliente que venía de las chacras. Y no solo vendía medicinas; ganaba confianza, creaba comunidad. Fue su esfuerzo —junto al de mi padre— el que nos permitió a mis hermanos y a mí estudiar en los Estados Unidos. Pero más allá de los logros visibles, lo que más me marcó fue su actitud: la dignidad con la que enfrentaba cada reto.

«Mi madre fue, además, mi primer gran ejemplo de mujer profesional y emprendedora».

Cuando me tocó buscar oportunidades para estudiar en el extranjero, ella estuvo siempre acompañándome, animándome a mirar más alto. Y ya estando fuera, ese vínculo, ese amor que no conoce distancias, se convirtió en un motor diario. Cuando la vida universitaria era difícil, cuando extrañaba a casa, pensaba en ellos, en cómo habían surgido profesionalmente, en cómo se habían abierto camino. Y me decía: «¿Y yo también? ¿Por qué no aspirar a más?»

Hoy veo con claridad que el impacto de una madre trasciende lo personal: es una fuerza que moldea familias, comunidades y sociedades enteras. En el Perú, el espíritu emprendedor femenino es una fuerza clave en la economía. Según el Ministerio de la Producción (PRODUCE), el 43 % de las empresas formales están en manos de emprendedoras, y estas empresas generan más de 2 millones de empleos, aportando el 39 % del Producto Bruto Interno (PBI), equivalente a aproximadamente 220 mil millones de soles.

Además, las mujeres lideran el 52.5 % de las empresas en el sector comercio y el 37 % en el sector servicios, sumando más de 870 mil negocios en todo el país.

Creo firmemente que la educación, combinada con el apoyo emocional y social de una familia, puede cambiar destinos. Cuando una madre siembra en sus hijos la confianza para aspirar y el coraje para perseverar, está sembrando también en la sociedad la semilla de un futuro mejor.

Por eso, siempre he creído —y mi vida es testimonio de ello— que acompañar, educar y empoderar a las madres es, al final, apostar por el crecimiento más genuino y sostenible que una sociedad puede tener.







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