
Desde hace algunos años atrás, la inversión sostenible se encuentra navegando por aguas turbulentas. Se ha cuestionado, desde un punto de visto estrictamente financiero/cuantitativo, su real contribución a la mejora de los retornos ajustados por riesgos en los portafolios de los inversionistas. Este hecho, enmarcado en el rol fiduciario que los gestores de fondos tienen con sus inversionistas o participantes, ha terminado de poner sobre la mesa de discusión la evaluación de este enfoque de inversión.
Diversas investigaciones académicas ya advierten que el sacrificio en retorno que el inversionista debe aceptar al incorporar a su portafolio este tipo de activos financieros no es inmaterial y, en el mejor de los casos, es neutro o tímidamente positivo. A diversos inversionistas institucionales les interesa analizar y potencialmente invertir bajo este enfoque, pero no estarían dispuestos a sacrificar retorno financiero por ello.
Si bien también existe diversa literatura académica que identifica efectos positivos en términos de retorno y gestión del riesgo, podemos observar acciones muy claras desde las empresas con prácticas consideradas de sostenibilidad y los inversionistas con enfoque ESG que configuran un contexto más retador aún. En efecto, empresas de dimensión global están revisando ciertas políticas o presupuestos de prácticas que algunas metodologías han estado evaluando bajo la dimensión social. Entre el año 2023 y 2024 más de 15 empresas de alcance global, capitalización bursátil entre 20 000 millones y 1.5 billones de dólares, y niveles de ventas entre 15 000 y 470 000 millones de dólares; han anunciado cambios y reducciones de iniciativas que se han estado incorporando y evaluando en la dimensión social.
Por el lado de los gestores de fondos de inversión, entre el año 2023 y 2024, al menos ocho gestores globales con activos bajo administración entre 4 y 110 billones de dólares cada uno, anunciaron la reconsideración de algunos aspectos de su enfoque de inversión ESG, ante la presión por retornos mejores financieros de los inversionistas o partícipes de los fondos que administran.
«A diversos inversionistas institucionales les interesa analizar y potencialmente invertir bajo este enfoque, pero no estarían dispuestos a sacrificar retorno financiero por ello».
Diversos problemas han existido en torno a este enfoque de inversión, pero los más complejos son la ideologización del entendimiento de la dimensión social y ambiental, la falta de estandarización de las métricas de las prácticas ESG, el incremento del socialwashing y del greenwashing en las empresas emisoras de valores y la dificultad (y los costos) para medir cuantitativamente y con rigurosidad el impacto que generan estas prácticas en el desempeño empresarial de los emisores, desempeño que finalmente se traduce en mejores rendimientos de las inversiones.
A pesar de este panorama complejo, tenemos la esperanza de que esta turbulencia pasará, porque de lo que no tenemos duda es que las acciones y decisiones de las personas y, en términos agregados, las acciones empresariales tienen efectos sistémicos. La empresa se interrelaciona con la sociedad y con el medio ambiente donde opera y, a su vez, es interdependiente de estos.
Los retos existentes para definir con objetividad las prácticas de impacto a ser consideradas dentro de los aspectos sociales, ambientales y de gobierno corporativo nos harán regresar, en un futuro ojalá no lejano, a la esencia de estos y, seguramente, podremos contar finalmente con definiciones más claras, simples e indiscutibles. De esta manera, la observación de estas prácticas será más gestionable y estandarizable.
En síntesis, nos separa cerrar una metodología adecuada de definición, identificación y medición que logre transparentar de mejor manera la interdependencia e interconexión de estas prácticas con la creación de valor financiero de corto y largo plazo. Y esto es positivamente retador.