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Por Lauren Baker, Directora Senior de Programas, Alianza Global para el Futuro de la Alimentación.

Han pasado dos años desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia global por el Covid 19. Paradójicamente, este periodo sin precedente para la humanidad reveló la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios industrializados: las cadenas de suministro se paralizaron, el desperdicio de alimentos se disparó, los mercados cerraron y los supermercados se quedaron sin existencias. Sin embargo, en muchas partes del mundo, los sistemas alimentarios locales entraron en acción para cubrir las desigualdades que sentían las comunidades: aquí es donde vimos el potencial de la agroecología, la regeneración y las costumbres alimentarias indígenas para ofrecer seguridad alimentaria y nutricional.

Las crisis, cada vez más frecuentes, relacionadas con el cambio climático, la reducción de la biodiversidad y la inestabilidad política, revelan la urgente necesidad de reparar la desequilibrada relación entre las personas y la naturaleza. Uno de los mayores factores de estrés para la salud del planeta es el sistema alimentario industrializado, responsable del 80% de la pérdida de biodiversidad y de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Nunca antes fue más evidente la necesidad de sistemas ecológicos para alimentar y nutrir a las personas. Penosamente, el escepticismo aún persiste y limita la transformación del sistema alimentario industrializado.

El reciente informe “La Política del Conocimiento: con las pruebas que avalan la agroecología, las prácticas regenerativas y las costumbres alimentarias indígenas, ¿pasaremos a la acción?”, publicado porla Alianza Global para el Futuro de la Alimentación*, con ejemplos concretos de América Latina y otras regiones del mundo, aporta nueva evidencia sobre el potencial de las prácticas agroecológicas.

Para la elaboración de este informe han participado 70 autores de 17 equipos procedentes de 15 países. Todos ellos representan la diversidad geográfica, institucional, sectorial, de género y racial de nuestro planeta. Entre ellos hay organizaciones y redes de profesionales, investigadores, agricultores y proveedores de alimentos, pueblos indígenas y fundaciones que trabajan en el sector de los sistemas alimentarios a escala local, nacional e internacional.

El futuro de la alimentación debe ser saludable, resistente y equitativo, y es urgente replantear los conocimientos, las pruebas y los análisis necesarios desde un enfoque holístico e integrador.

Los indicadores agrícolas tradicionales como el rendimiento por hectárea, resultan insuficientes para probar la capacidad virtuosa de los enfoques agroecológicos para alimentar y nutrir a la humanidad, a través de sistemas alimentarios sostenibles basados en la equidad, la justicia y la reciprocidad. Sin embargo, son este tipo de métricas las que se utilizan para definir el éxito y lo que parece ‘bueno’. La productividad no es la única medida del impacto, además, la producción de alimentos a cualquier precio es lo que está perjudicando la tierra y nuestra salud.

La agroecología, las prácticas agrícolas regenerativas y las costumbres alimentarias indígenas son soluciones sistémicas con resultados positivos en materia de salud y nutrición. Este tipo de prácticas aportan un sentido de propósito, dignidad, justicia social y acción climática a millones de personas de todo el mundo. Por ejemplo, en el altiplano andino de Bolivia, Ecuador y Perú, el Programa de Investigación Colaborativa de Cultivos (CCRP) ha demostrado cómo se pueden unificar los diferentes conocimientos agroecológicos para que los agricultores puedan tomar mejores decisiones y aportar asi, pruebas agroecológicas y climáticas concluyentes.

Para la transformación alimentaria es necesario cambiar los sistemas de investigación, educación e innovación, en especial el enfoque de corto plazo, la priorización en alimentos «baratos» y el diseño de medidas insuficientes por su enfoque reducido.

Para la transformación de los sistemas alimentarios, es necesario cambiar los sistemas de investigación, educación e innovación, y sobre todo cuestionar las perspectivas a corto plazo, la inclusión única hacia los rendimientos a expensas de los ecosistemas y la priorización de los alimentos «baratos» ultra procesados. Estos enfoques son simplemente insuficientes y limitan nuestra capacidad de garantizar la seguridad alimentaria.

Si no buscamos diversas evidencias que se enfoquen en la toma de decisiones sobre el futuro de la alimentación, nos limitaremos a diseñar soluciones ineficaces, aisladas e incapaces de responder a los grandes retos globales a los que nos enfrentamos. Las prácticas y mentalidades que sustentan los enfoques agroecológicos/regenerativos, las formas de alimentación indígenas, nos muestran que otro modelo y otro camino son posibles.







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