Por Carlos Hermoza - Subgerente de Cumplimiento en UNNA Infraestructura – AENZA

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En el Perú, la corrupción continúa siendo uno de los principales desafíos. Cada nuevo escándalo de corrupción deteriora la confianza ciudadana, socava el crecimiento económico y nos recuerda que el problema no solo es legal o normativo, sino cultural e institucional. 

La falta de credibilidad en instituciones clave como el Poder Judicial, el Ministerio Público o la Policía Nacional ha debilitado el tejido ético del país. En este contexto, el sector empresarial tiene hoy un rol protagónico: ser el motor de un cambio real.

En este escenario de desconfianza y debilitamiento institucional, el sector empresarial tiene hoy la oportunidad y la responsabilidad de liderar el cambio. La lucha contra la corrupción no puede ni debe recaer solo en el Estado Peruano; debe partir también del sector privado, que son espacios donde la integridad puede convertirse en una ventaja competitiva real, en un valor de marca y en un motor de desarrollo sostenible.

Del cumplimiento normativo a la integridad como cultura y valor agregado

Durante muchos años, hablar de “compliance” en el Perú se asociaba únicamente con cumplir leyes y evitar sanciones. Hoy en día la tendencia es que las empresas han entendido que la conformidad legal o el cumplimiento normativo es apenas el punto de partida; han entendido que el cumplimiento no es un costo, sino una inversión en sostenibilidad y protección de la reputación. Una empresa con un modelo de cumplimiento robusto no solo evita sanciones, sino que también construye confianza, marca y futuro en la sociedad.

Debemos tener presente que los Sistemas de Cumplimiento no son simples checklists; son mecanismos de prevención que protegen a las organizaciones y fortalecen su cultura ética, sirviendo como verdaderos escudos institucionales que permiten identificar, evaluar y mitigar riesgos de comisión de delitos antes de que se materialicen.

«El desafío es grande, pero el propósito es mayor, no seamos parte de la corrupción, seamos parte de la solución».

En el Perú, donde la informalidad sigue siendo un reto estructural, las empresas que invierten en un Sistema de Cumplimiento demuestran compromiso ético, madurez institucional y visión de largo plazo, no solo frente a sus stakeholders, sino también frente a la sociedad en general, convirtiéndose así en los socios preferidos en mercados globales donde la transparencia es un requisito indispensable.

Cuando existe coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, los equipos responden con compromiso. El liderazgo ético no se impone, se inspira. La integridad se contagia con el ejemplo.

Hacia un nuevo pacto empresarial por la integridad

En un contexto donde la confianza pública se ha fracturado, no basta con indignarnos ante los casos de corrupción que son pan de cada día; necesitamos que el empresariado peruano se convierta en motor de transformación ética y se convierta en el rostro visible de la integridad en la actividad empresarial. 

Necesitamos empresas conformadas por profesionales íntegros y buenas personas. La integridad empieza en cada decisión y se multiplica con el ejemplo.

En medio de una coyuntura política incierta y de instituciones públicas debilitadas, las empresas peruanas, sin importar su tamaño o sector, tienen la oportunidad histórica de ser agentes de cambio real. Si el Estado Peruano aún lucha por recuperar legitimidad, el sector privado puede y debe ser ejemplo de gobernanza ética y cero tolerancias a la corrupción.

El desafío es grande, pero el propósito es mayor, no seamos parte de la corrupción, seamos parte de la solución. Un Perú mejor comienza en cada empresa, en cada decisión, y, sobre todo, en cada persona que elige actuar con integridad.

¡Construir un Perú más íntegro requiere coraje, coherencia y compromiso colectivo!







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