Por José Haya de la Torre - Gerente Corporativo de Asuntos Públicos de AENZA

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No siempre es fácil aceptar que nuestro conocimiento del mundo es limitado. Muchas veces, lo que consideramos certezas se basa en teorías que podrían verse superadas en unos años. Reconocer esto es incómodo. Es difícil asumir que debemos tomar decisiones con información parcial, probablemente inexacta, y con la convicción de que, en retrospectiva, muchas de ellas podrían haber sido diferentes.

La historia de la ciencia es un recordatorio constante de esto. Lo que en un momento parecía incuestionable ha sido desplazado por nuevos descubrimientos. La mecánica clásica funcionaba hasta que la física cuántica mostró sus límites. Pensamos que el ADN contenía toda la información necesaria para la vida hasta que descubrimos el papel del epigenoma. Cada avance, cada salto conceptual, ha sido posible porque alguien se atrevió a cuestionar lo establecido y explorar lo desconocido.

La naturaleza es otro testimonio de este principio. La biodiversidad es un banco de conocimiento que aún no hemos descifrado del todo. Muchas especies aún sin estudiar podrían contener en su ADN el secreto de nuevas medicinas, biomateriales o soluciones innovadoras. Perder especies sin haberlas comprendido es como quemar libros antes de leerlos.

La ceguera ante lo inesperado

Nos solemos aferrar a lo conocido porque nos da una sensación de control. La incertidumbre nos incomoda porque nos enfrenta a la posibilidad de equivocarnos, de no tener todas las respuestas, de reconocer que el mundo es más caótico de lo que nos gustaría aceptar. A menudo, preferimos explicaciones claras, aunque sean incompletas, y tomamos decisiones basadas en lo familiar, incluso cuando lo desconocido podría ofrecernos mejores oportunidades. En los negocios, esto ha llevado a errores estratégicos graves. Blockbuster, por ejemplo, desestimó el potencial de Netflix porque confiaba en su modelo tradicional. La empresa apostó por lo que conocía y perdió la oportunidad de adaptarse a un futuro que, en retrospectiva, resulta evidente.

«Lo que en un momento parecía incuestionable ha sido desplazado por nuevos descubrimientos».

En la gestión de riesgos y en la sostenibilidad corporativa, este sesgo es igualmente peligroso. La pandemia de COVID-19, por ejemplo, fue un recordatorio extremo de que la incertidumbre no solo existe, sino que puede redefinir industrias enteras en cuestión de meses. La pregunta es: ¿estamos diseñando nuestras estrategias asumiendo que el futuro será una simple proyección del presente, o estamos dejando espacio para lo desconocido?

Integrar lo desconocido en la toma de decisiones

Aceptar la incertidumbre no significa actuar a ciegas, sino incorporar la flexibilidad y la adaptabilidad en nuestras decisiones. Shell logró prepararse mejor para la crisis del petróleo de los años 70 gracias a su uso de la planificación por escenarios. Empresas líderes en tecnología han incorporado la exploración de lo desconocido como parte de su modelo de innovación, permitiendo que equipos trabajen en ideas sin certezas de éxito. En el ámbito de la sostenibilidad, esta misma apertura a lo desconocido permite reducir riesgos y generar soluciones más resilientes. No se trata solo de intentar prever problemas, sino de desarrollar estructuras capaces de evolucionar frente a lo inesperado.

Pero esto no es solo una cuestión de estrategias corporativas. También en la vida cotidiana enfrentamos lo desconocido constantemente, y con ello, la sensación de que el mundo nos desborda con su complejidad. Cada decisión importante -cambiar de trabajo, mudarse a otro país, iniciar o terminar una relación- nos enfrenta a la ilusión de que alguna vez podremos alcanzar una certeza absoluta. Pero esto es una trampa: el conocimiento total es inalcanzable y, en su ausencia, el sujeto debe decidir igual, aceptando la incomodidad de lo incierto como parte inevitable de la experiencia humana.

Aceptar que nunca tendremos todas las respuestas y aun así decidir, adaptarnos y aprender sobre la marcha es una habilidad que deberíamos cultivar. En última instancia, reconocer lo desconocido es un signo de inteligencia, no de debilidad. Las mejores decisiones no son aquellas que se toman con certeza absoluta, sino aquellas que dejan espacio para aprender, evolucionar y mejorar sobre la marcha.







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