
Según el Climate Action Tracker (CAT), con las políticas climáticas actuales, el mundo se encamina hacia un calentamiento global de +2.7 °C. Incluso si se cumplen los compromisos actuales (NDCs), la temperatura aún subiría +2.1 °C, muy por encima del objetivo crítico de 1.5 °C acordado en el Acuerdo de París. Solo en un escenario altamente optimista —poco probable con la situación actual— se podría limitar el calentamiento a ~1.9 °C. Esta brecha entre metas y acciones concretas refleja una preocupante falta de ambición y compromiso real por parte de los países.
Pese a que el 90 % de las naciones parte del Acuerdo de París han actualizado sus NDCs, la mayoría lo hizo antes de la COP26 en 2021. Desde la COP28, solo un país ha fortalecido sus objetivos para 2030. Mientras tanto, las emisiones globales proyectadas para ese año alcanzan los 57 GtCO₂e, superando en 2 GtCO₂e los NDC incondicionales y en 5 GtCO₂e los condicionales. Para lograr las metas trazadas, se requiere una adopción urgente de políticas climáticas más ambiciosas, junto con evaluaciones rigurosas de su impacto en las emisiones reales.
«Pese a que el 90 % de las naciones parte del Acuerdo de París han actualizado sus NDCs, la mayoría lo hizo antes de la COP26 en 2021».
En este contexto, Perú ha asumido el compromiso de reducir sus emisiones en 40 % al 2030. Sin embargo, sus metas siguen siendo insuficientes para alinearse con el objetivo de 1.5 °C. Esta realidad exige una transformación estructural que va más allá de promesas: requiere acción inmediata, inversiones sostenidas y nuevas tecnologías.
Una de las principales palancas de descarbonización en esta transición energética es el hidrógeno renovable y de bajas emisiones, junto con sus derivados. Lejos de ser una tendencia pasajera, esta molécula resulta esencial para lograr la descarbonización profunda de sectores de difícil electrificación, como la producción de acero, la síntesis de amoníaco, los procesos industriales de alta temperatura, el almacenamiento energético de larga duración y el transporte pesado.
La inversión global en hidrógeno ha crecido de manera exponencial. Según un informe del Hydrogen Council y McKinsey & Company, las inversiones anunciadas hasta 2030 pasaron de 570 000 millones de dólares a 680 000 millones, un incremento del 20 %. Además, los proyectos con decisión final de inversión se han multiplicado por siete desde 2020, con capital comprometido aumentando de 10 000 a 75 000 millones de dólares.
No obstante, como toda tecnología transformadora, el hidrógeno atraviesa actualmente la llamada “depresión de la desilusión”, una fase descrita en el Hype Cycle de Gartner. Este momento no representa su fracaso, sino un paso natural hacia su maduración tecnológica y su integración plena en las economías productivas.
El hidrógeno y sus derivados no están desapareciendo: están evolucionando. El entusiasmo inicial ha dado paso a una etapa crítica donde las grandes expectativas enfrentan los desafíos de la ejecución. En este punto, la clave no está solo en construir plantas, sino en construir ecosistemas integrados, donde Gobierno, banca, industria e inversionistas colaboren desde el inicio. Solo así la incertidumbre podrá transformarse en creatividad, innovación y nuevas oportunidades.