Hans Rothgiesser
Director adjunto de la revista Stakeholders
Durante el 2018, la plataforma Netflix lanzó una nueva versión de esta serie. También titulada Perdidos en el espacio, cambiaba muchos elementos cruciales que hacían de la serie original tan atractiva. Para empezar, la familia Robinson ya no estaba literalmente perdida en el espacio, sino atorados en un planeta durante toda la temporada. A lo largo de los diez episodios, ellos están tratando de reparar su nave para poder despegar nuevamente y regresar a una misión de colonización. Pero, además -y más grave aún-, ya no están solos. Se encuentran acompañados de otras familias, con las que forman una comunidad en dicho planeta.
En el medio, en el año 1998, el director Stephen Hopkins estrenó una adaptación de la serie original al cine. La película, con William Hurt como el padre y Mimi Rogers como la madre, tiene un enfoque completamente distinto. En esta ocasión, la misión del Jupiter Uno es un secreto: se ha decidido que la Tierra ya no puede sostener a la raza humana, por lo que hay que evacuarla. Para esto, previamente hay que encontrar otro planeta habitable. En la película se ha encontrado uno y los Robinson están yendo para allá.
Cuando reclutan al piloto Don West, interpretado por Matt LeBlanc de la popular serie Friends, éste les replica que debe de haber un error. A él le han dicho que las tecnologías de reciclaje están limpiando el planeta y que no hace falta semejante operación de migración, a lo que profesor John Robinson le responde que eso es lo que le dicen a la población para evitar el caos. Que las tecnologías de reciclaje llegaron demasiado tarde y que no están pudiendo revertir el efecto que la humanidad ha causado en el planeta Tierra.
Esto, por supuesto, es ciencia ficción. Una fantasía creada para pensar en un futuro posible. Pero, ¿qué tanto le atinó en este detalle el guionista Akiva Goldsman, quien también ha escrito otras producciones de ciencia ficción como Viaje a las estrellas: Discovery, Fringe y Soy leyenda, ¿entre otras?
Chimbote, por ejemplo, es un desastre ecológico. Esa bahía no se va a poder recuperar jamás. Ni qué decir de los glaciares en Huaraz que nunca podremos tener de vuelta y tantos otros activos ambientales que hemos perdido en las últimas décadas a pesar de las tecnologías de reciclaje. La fábula de la ciencia ficción en estos casos parece haber dado en el blanco.
El periodista Michael Moore en varias ocasiones ha insistido en cómo la sociedad nos genera oportunidades para creer que estamos aportando con la ecología, sin realmente reducir nuestras emisiones o pagar más por productos más amigables con el medio ambiente. Nos sentimos parte de la solución, cuando nunca dejamos de ser el problema. En ese sentido, tenemos que estar atentos a todas las oportunidades que tenemos para reducir nuestra huella ecológica. Solo así luego no tendremos que irnos a buscar otro planeta.