POR HANS ROTHGIESSER – Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders
Hoy en día la sección de libros de supuesta autoayuda es una de las que más vende en las librerías. A muchos les sorprende encontrar un libro que aborda un tema que le preocupa en especial o que descubre que tenía que abordar en el momento mismo en el que descubre que hay un libro que lo ayudará a hacerlo. Pero en los años setenta, el sicólogo Wayne Dyer sacó el que sería por muchos años el libro emblemático de esta categoría, Tus zonas erróneas. Muchos seguramente lo han visto en supermercados o en donde sea. Tiene una portada que muestra la silueta de una persona de perfil inclinada hacia a un lado sosteniendo su cabeza, hecha de palabras.
Este doctor en economía trabajaba en una universidad en Nueva York cuando escribió el libro en 1976. Vendió 35 millones de ejemplares en diferentes idiomas. Abandonó su puesto de profesor y se dedicó a escribir y a promocionar sus publicaciones. Sus libros han sido duramente criticados y él ha sido constantemente acusado de plagio. Esto no quita que Tus zonas erróneas tuviera un impacto en millones de personas y dejara su impresión en la cultura popular.
Un detalle interesante de este libro, que por supuesto que no es original, es que cada capítulo aborda un tema particular y puede ser leído independientemente. Así, si uno considera que necesita mejorar en algo en especial, puede ir a ese capítulo de frente. Por ejemplo, uno tiene que ver con aprender a cuidarse a sí mismo sin esperar que otro venga y lo haga. Otro tiene que ver con la trampa de la justicia o esperar que el universo sea justo. Y uno tiene que ver con ciclos que se repiten que te impiden ser mejor.
En ese capítulo se argumenta que hay ciclos que limitan lo que uno está dispuesto a hacer. Y que romperlos requiere de un acto de voluntad. Por ejemplo, uno puede tener la idea de que es malo en los cursos de números y por eso saliendo del colegio decide estudiar una carrera sin relación a estos, por lo que uno se queda atrás en comparación a otros. Luego de un tiempo, uno se compara con otros y nota que no domina los números como ellos y esto, a su vez, refuerza la idea original de que uno no es bueno para los números y que estuvo bien estudiar una carrera de letras. Este ciclo existe independientemente de si uno es realmente bueno o malo en números. Es un ciclo que se inicia por cualquier razón y se refuerza constantemente a menos que se rompa con un acto voluntario de hacer algo al respecto.
En ese sentido, pareciera que a nivel país estamos en una espiral parecida. Alguna vez aplicamos reformas económicas que nos permitieron crecer sostenidamente por encima de 6 % al año, que hoy pueden sonar alucinantes. No obstante, nos quedamos dormidos en los laureles. Sabíamos desde entonces que necesitábamos aplicar una segunda ola de reformas que afianzaran el impacto de este crecimiento económico en el bienestar de la población en general. La única reforma de estas que pudimos sacar adelante fue la de la educación, durante el gobierno de Alan García. Sin embargo, permitimos que el siguiente Gobierno, el de Ollanta Humala, la perforara cambiando las reglas a favor de los malos docentes.
Justificamos medidas desesperadas que le hacen daño al modelo económico, bajo la premisa de que somos pobres y nos morimos de hambre, cuando es ese modelo económico el que nos permitió reducir la pobreza y la desnutrición. Sí, por supuesto que falta mucho por hacer, pero eso se supera con programas sociales bien diseñados y leyes inteligentes. No cualquier manotazo de ahogado que suena bonito y que trae réditos políticos. Salir de esta espiral requerirá voluntad y cuando lo hagamos será hermoso. Solo deseo estar aún vivo para verlo.