Por Cecilia Rizo Patrón - Directora ejecutiva de Avanza Sostenible

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En los últimos años, los reportes de sostenibilidad han dejado de ser un ejercicio voluntario y decorativo para convertirse en una herramienta estratégica de gestión. Hoy, no se trata solo de reportar para cumplir, o un simple gesto de reputación, sino de reportar para transformar: fortalecer la confianza, anticipar riesgos y crear valor a largo plazo para todos los grupos de interés.

Este cambio de enfoque responde a múltiples presiones, principalmente internacionales que, por fin, están siendo adoptadas a nivel local. Por un lado, la creciente exigencia de reguladores e inversionistas, reflejada en iniciativas como las normas NIIF S1 y S2 del ISSB, los ESRS exigidos por la Directiva Europea de Reporte de Sostenibilidad Corporativa (CSRD), y la incorporación de marcos como TCFD y SASB en países de América Latina como Chile, Brasil y Colombia. Por otro lado, un entorno cada vez más escéptico, donde el 44 % de los inversionistas considera que los informes de sostenibilidad contienen afirmaciones sin sustento.

En este contexto, la transparencia deja de ser un ideal abstracto para convertirse en una demanda concreta. Pero la efectividad del reporting no depende únicamente del estándar utilizado. Reportar correctamente implica identificar los temas materiales que realmente importan, tanto por su impacto en la sociedad y el ambiente (materialidad de impacto, según GRI) como por su relevancia financiera (materialidad financiera, según NIIF S1/S2). Esta doble materialidad es clave para conectar el propósito con el desempeño.

Un buen reporte es también una oportunidad para construir un relato. No basta con mostrar indicadores. Se necesita contexto, evolución, explicación de decisiones. Las empresas que logran alinear compromisos con acciones y resultados ganan legitimidad en un momento donde la confianza es un activo escaso.

«Un buen reporte es también una oportunidad para construir un relato».

Además, el aseguramiento externo de los reportes cobra cada vez más relevancia. En América Latina, solo el 60 % de las empresas por capitalización bursátil que reportan sostenibilidad son auditadas o validadas por un consultor externo, y en Perú esta cifra apenas llega al 25 %, según la OCDE.

Esta auditoría, regulada por normas como la ISAE 3000 o la futura ISSA 5000, fortalece la credibilidad y mitiga el riesgo de greenwashing.

Y es que el reto no es menor. Reportar con integridad requiere gobernanza interna, capacidades técnicas, compromiso del liderazgo y un cambio cultural. Esto debe ser visto como una oportunidad para que las empresas pasen de una lógica reactiva a una proactiva, donde el reporte no solo rinde cuentas, sino que confirma que guía las decisiones estratégicas, inspirando confianza y evidenciando el rol transformador del sector privado.

La sostenibilidad no es un reporte, es una estrategia de negocio. En ese sentido, los reportes son más que documentos: son reflejos del propósito, herramientas de gestión, y mecanismos de rendición de cuentas. Las empresas que entienden esto no son necesariamente las que más páginas reportan, sino las que mejor conectan la sostenibilidad con sus decisiones, riesgos y oportunidades. Saber contarlo bien es, sin duda, parte del arte de liderar con propósito.







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