Por CHRISTIAN MESÍA MONTENEGRO - Director de Investigación, Innovación y Sostenibilidad de la Universidad Privada del Norte

Lectura de:

En una planta procesadora en algún desierto de la costa peruana, se empacan arándanos en bioplásticos, los cuales no solo son amigables con el medio ambiente, sino que también conservan eficientemente las propiedades de los frutos durante el largo viaje que les espera hacia los supermercados norteamericanos o europeos. Gracias al desarrollo de innovaciones tecnológicas en la producción de bolsas de plástico a partir de mermas de diversos frutos y hortalizas, es posible generar bioplásticos que no solo reducen los desechos en la producción, sino que también disminuyen la huella de carbono y el impacto en los ecosistemas donde se cultivan los arándanos.

De igual manera, la elaboración de nanopartículas, realizada a partir de la síntesis de partículas de plata, cobre y otros metales, tiene un impacto medioambiental significativo. ¿Qué sucedería si la producción se realizara, como en el caso anterior, a partir de las mermas de la industrialización de productos vegetales? El impacto ambiental sería menor, y podríamos pensar en una industria de nanopartículas verdes con un impacto reducido en el medio ambiente. Al igual que en el caso de los bioplásticos, esto impulsaría prácticas de economía circular entre diversas industrias, convirtiendo las mermas en insumos valiosos para la generación de valor en el sector industrial.

«En nuestro país, el ecosistema de innovación debe apoyarse fuertemente en la investigación con propósito».

Estos escenarios, lejos de ser imaginarios, forman parte del día a día de nuestro Centro de Investigación Avanzada en Agroindustria. Aquí, la colaboración entre universidad y empresa permite desarrollar innovaciones tecnológicas que no solo reducen los costos de producción y reutilizan materiales previamente considerados desechos, sino que también disminuyen la huella de carbono mediante la aplicación de innovaciones probadas, verificadas y calibradas tanto en el laboratorio como en el mundo real.

Recientemente, se ha popularizado el ejemplo de la ciudad china de Shenzhen, cerca de Hong Kong, como un hub de innovación donde se desarrolló el piloto de ciudad inteligente para el gigante asiático. Salvando las distancias, el principio aplicado es el mismo: inversión en innovación tecnológica alineada al bien común de la ciudad y sus necesidades, logrando que Shenzhen reduzca su impacto ambiental. En China, la innovación en energía eólica ha crecido hasta el punto de que el 11.4 % de la energía producida en un país de casi mil quinientos millones de habitantes proviene de la fuerza del viento. Aunque China aún tiene un largo camino por recorrer para dejar de ser el país con la huella de carbono más alta del planeta, gracias a la inversión en tecnologías verdes, pronto cederá ese lugar a Estados Unidos o India en los próximos años.

En nuestro país, el ecosistema de innovación debe apoyarse fuertemente en la investigación con propósito, identificando oportunidades para generar valor a través de la economía circular y la innovación tecnológica. El talento humano está en las universidades, las necesidades en la industria y la sociedad; es cuestión de que nos sentemos a conversar y planifiquemos el futuro.







Continúa con tu red social preferida

Al continuar serás un suscriptor gratuito

O continúa tu correo.

Escriba su correo electrónico con el que se suscribió para acceder

Suscríbete

Ya me suscribí.