Por Mayra Arauco Ph.d. - Directora de la carrera de Ingeniería Ambiental de ESAN University

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El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son dos crisis interconectadas que amenazan el equilibrio de la vida en la Tierra. Mientras la biodiversidad sostiene los ecosistemas que regulan el clima, el calentamiento global acelera la desaparición de especies y transforma paisajes enteros, afectando también a las personas que dependen directamente de ellos.

El cambio climático, causado principalmente por la quema de combustibles fósiles y la deforestación, está modificando patrones climáticos fundamentales. Sus efectos ya son visibles en la intensificación de sequías, inundaciones, retroceso de glaciares y desplazamiento de cultivos. A nivel global, estos cambios están impactando de manera drástica a las especies que no pueden adaptarse a la velocidad del calentamiento. De hecho, según el Informe Planeta Vivo 2024, las poblaciones de vertebrados han disminuido en promedio un 73 % desde 1970.

En paralelo, la biodiversidad —que es la variedad de la vida en todas sus formas: desde microorganismos hasta ecosistemas complejos— es la base del bienestar humano. Nos provee alimentos, medicinas, agua limpia, suelos fértiles, polinización, y regula el clima. Su pérdida reduce la resiliencia de los ecosistemas y, por tanto, la nuestra. La biodiversidad no es un lujo: es nuestro seguro de vida.

«El cambio climático, causado principalmente por la quema de combustibles fósiles y la deforestación, está modificando patrones climáticos fundamentales».

El Perú es uno de los países más megadiversos del planeta. Alberga más de 20 000 especies de flora y es líder mundial en variedad de peces, anfibios y aves. Sin embargo, esta riqueza natural está seriamente amenazada. Solo en 2022 se perdieron más de 150 000 hectáreas de bosque amazónico. La deforestación, la minería ilegal, la contaminación y el cambio climático avanzan sobre territorios que albergan especies únicas y servicios ecosistémicos claves.

Una de las señales más preocupantes de esta crisis es el retroceso de los glaciares andinos. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), el Perú ha perdido el 56 % de su superficie glaciar en los últimos 60 años. Este fenómeno amenaza el abastecimiento de agua para millones de personas, impacta la agricultura y pone en riesgo ecosistemas de montaña que albergan una biodiversidad altamente especializada. Además, la aparición de más de 3000 nuevas lagunas glaciares genera riesgos para las comunidades cercanas.

Frente a esta realidad, también existen respuestas. En el país se están desarrollando iniciativas de conservación que combinan ciencia y saberes ancestrales. La restauración de humedales altoandinos, la reforestación con especies nativas, la promoción de áreas naturales protegidas y el fortalecimiento del rol de las comunidades indígenas en la protección de la naturaleza son ejemplos concretos de cómo avanzar hacia una adaptación justa y basada en la naturaleza.

La relación entre cambio climático y biodiversidad nos exige actuar con urgencia y coherencia. No se trata de elegir entre desarrollo y conservación, sino de integrar ambos objetivos en una sola visión de futuro. Proteger la biodiversidad es proteger nuestra salud, nuestra seguridad alimentaria y nuestra capacidad de resiliencia. Es también reconocer que, para muchas culturas del Perú, la biodiversidad no es solo un recurso: es su identidad, su medicina y su historia.

Romper el círculo vicioso entre el deterioro ambiental y la crisis climática requiere decisiones informadas, compromiso colectivo y una transformación profunda de nuestra relación con la naturaleza. Todavía estamos a tiempo.







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