
La neutralidad climática se ha consolidado como uno de los grandes relatos corporativos de este siglo. La promesa de ser “carbono neutral” resulta atractiva para inversionistas, consumidores y medios. Sin embargo, detrás de esa narrativa se esconde una arquitectura de intervención superficial: el mercado voluntario de carbono, más que herramienta de transformación, se ha convertido en un mecanismo para sostener la continuidad operativa bajo nuevas justificaciones reputacionales.
De la huella a la ilusión: intervenir sin transformar
El auge de las métricas de carbono ha permitido visibilizar impactos, pero también ha creado la ilusión de que todo lo que se mide se transforma. Empresas de todos los sectores han perfeccionado su capacidad de cálculo y reporte, especialmente en lo relativo al Scope 1 y 2. Pero cuando se trata del Scope 3 —que representa entre el 70 % y el 90 % de la huella real—, la respuesta común es la externalización: se exige trazabilidad, pero no se mejora el precio al proveedor; se exige reducción, pero no se comparten los costos.
Esta lógica de sostenibilidad tercerizada conduce a una paradoja operativa: la descarbonización se basa en presionar a la cadena sin rediseñar su arquitectura económica. El resultado es una gestión basada en indicadores, sin reconfiguración estructural. Se actúa sobre los parámetros, pero no sobre las reglas del juego.
Offset como sustituto: el uso estratégico del mercado voluntario
Frente a la dificultad de reducir emisiones estructurales, muchas organizaciones optan por compensar. El offset aparece como solución conveniente: permite adquirir créditos de carbono en proyectos remotos — reforestación, conservación, energía renovable— y declararse “carbono neutral” sin intervenir directamente en el origen de las emisiones.
El problema no es la existencia del mecanismo. El problema es su uso como sustituto permanente de la transformación. En América Latina, el mercado voluntario de carbono enfrenta hoy una creciente crisis de credibilidad. Este es el verdadero desafío para las juntas directivas y equipos financieros: incorporar el carbono no solo como externalidad reputacional, sino como una variable crítica en la arquitectura de riesgo. Esto implica reconocer que los compromisos climáticos sin rediseño financiero son una exposición diferida, y que el verdadero costo de la sostenibilidad comienza cuando se asume dentro del flujo de caja y no fuera de él.
Casos como el de Tángara Forest en Colombia, donde créditos fueron vendidos sobre territorios comunales sin consulta previa, han evidenciado cómo el offset puede operar como vehículo de despojo simbólico y material.
“El desafío más profundo es que el offset no altera los fundamentos financieros del negocio”.
Además, el precio del carbono en estos mercados no refleja el impacto climático real, sino la lógica especulativa de oferta y demanda. Esto permite que empresas compren activos simbólicos por fracciones mínimas de su costo social y ambiental, y los contabilicen como neutralización efectiva. La desconexión entre la emisión original y la compensación comprada termina siendo funcional al modelo: no reduce, pero reputacionalmente compensa.
Riesgo climático sin reflejo financiero
Un análisis reciente de Sustainalytics (2025) revela que, si bien más de 4000 empresas han adoptado compromisos de reducción de emisiones bajo la metodología SBTi (Science Based Targets initiative), ninguna de ellas cuenta con un plan alineado de forma creíble con el objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5 °C. Esto confirma una tendencia estructural: el cumplimiento formal de metas científicas coexiste con una ausencia de transformación real en el modelo de negocio. Medir, reportar y alinear metas no necesariamente implica rediseñar la arquitectura operativa ni los supuestos financieros que sostienen el crecimiento.
El desafío más profundo es que el offset no altera los fundamentos financieros del negocio. Los modelos de valuación siguen proyectando flujos de caja sin incorporar el costo real de una transición estructural. El Scope 3 rara vez se refleja en el Coste medio ponderado de capital (WACC, por sus siglas en inglés). La deuda climática no se reconoce como exposición futura. Y mientras el compromiso climático entra al reporte, el riesgo climático se queda fuera del modelo.
Esta brecha entre narrativa y estructura impide que el carbono sea tratado como lo que es: un pasivo sistémico que debe integrarse en las decisiones de inversión, no simplemente en los informes de sostenibilidad.
El propósito no cambia con métricas. Cambia con decisiones. Decisiones que implican revisar contratos, redistribuir valor en la cadena, asumir costos ahora para evitar disrupciones futuras. El mercado voluntario de carbono puede ser parte del portafolio climático, pero no debe ser su columna vertebral.
Una estrategia climática robusta no se define por la cantidad de créditos comprados, sino por la capacidad de transformar el modelo que los hace necesarios. Porque una empresa que depende del offset para mantener su neutralidad, no está descarbonizando. Está asegurando su continuidad sin resolver sus vulnerabilidades estructurales.
La sostenibilidad real no comienza con una declaración ni termina con una compensación. Comienza con la capacidad de mirar el modelo de negocio como una fuente de riesgo y oportunidad estructural. Transformar no es solo reducir emisiones, sino redibujar la forma en que se crea, captura y distribuye valor. Mientras el carbono siga tratándose como una externalidad decorativa —medida, compensada y relegada—, el mayor riesgo seguirá siendo no el cambio climático en sí, sino la inercia institucional que impide enfrentarlo en serio.