Por María Hinostroza - Candidata en Sostenibilidad Ambiental en la Universidad de Ottawa Jefe de Innovación de Asociación Unacem

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En los últimos años, el debate sobre sostenibilidad y desarrollo local pone en evidencia la necesidad de alianzas sólidas entre el sector privado, el Estado y la sociedad civil. En contextos complejos y cambiantes como el del Perú, donde los gobiernos enfrentan ciclos cortos, crisis políticas recurrentes y dificultades para sostener políticas públicas en el tiempo, estas alianzas pueden marcar la diferencia entre iniciativas aisladas y procesos de transformación duraderos. 

La participación de las empresas no es solo a través de iniciativas de responsabilidad social, sino debe entenderse como parte de una estrategia de creación de valor compartido, donde la mejora de bienestar de las comunidades se traslada en condiciones favorables para el desarrollo empresarial.

Una referencia inspiradora es el concepto japonés de “Kyosei”, que significa “vivir y trabajar juntos para el bien común”. Este principio requiere que empresas, gobiernos, trabajadores, clientes y comunidades colaboren para construir un bien común que trascienda los intereses individuales. A diferencia de visiones donde se priorizan la maximización de beneficios a corto plazo, el espíritu de cooperación del Kyosei reconoce que la prosperidad empresarial sostenible depende de la salud social, económica y ambiental del entorno en el que se opera.

Aquí es donde diferenciamos la efectividad de los distintos niveles de alianzas que pueden ir desde procesos de coordinación y cooperación hasta una colaboración genuina. El nivel de coordinación implica que distintos actores organicen sus acciones en función de un objetivo común, reduciendo duplicidades y creando condiciones mínimas. Esto se refleja en la articulación de iniciativas privadas con prioridades de desarrollo territoriales y nacionales. 

En el nivel de cooperación ya no solo se alinean esfuerzos, sino que se comparte información y se evalúan resultados de manera conjunta. Aquí, empresas, comunidades y gobiernos aprenden y trabajan conjuntamente, construyendo confianza. Un ejemplo son las actividades de monitoreo participativo de las comunidades con sectores extractivos. Finalmente, el nivel de colaboración implica generar propuestas conjuntas y co-diseñar proyectos, movilizando capacidades diversas de varios lados para crear soluciones innovadoras. Aquí no se busca homogeneizar visiones, sino enriquecerse de las diferencias entre actores pues la riqueza de las alianzas radica en la diversidad de perspectivas.

«En un contexto de inestabilidad política y grandes expectativas sociales, los distintos niveles de alianzas de coordinación, cooperación y colaboración ofrecen un camino potente».

En el contexto peruano, las empresas tienen un rol relevante y con alto potencial transformador. El sector privado suele adoptar prácticas de coordinación y cooperación para fortalecer su entorno inmediato. Sin embargo, existen brechas que pueden ser abordadas de manera colaborativa dada la limitada capacidad de ejecución de proyectos del Estado y sus altos niveles de rotación. Esto representa el potencial del sector privado para contribuir a corregir desequilibrios estructurales. 

Muchas comunidades esperan cambios estructurales que ya no dependen únicamente del Estado. Para las empresas no se trata de sustituir al Estado, sino de activar una relación de corresponsabilidad.  Las empresas poseen capacidades que pueden complementar las funciones públicas. En un país como Perú, donde las brechas sociales y territoriales son profundas, este tipo de alianzas colaborativas pueden contribuir a reducir desigualdades y generar territorios más resilientes y prósperos.

En un contexto de inestabilidad política y grandes expectativas sociales, los distintos niveles de alianzas de coordinación, cooperación y colaboración ofrecen un camino potente, brindan continuidad a proyectos que mejoran el bienestar de las comunidades y fortalecen la base social del país para avanzar hacia un desarrollo integral. Las alianzas no son un fin en sí mismas, sino un medio para construir entornos territoriales más productivos, equitativos y sostenibles. No es un desafío sencillo, pero es inspirador buscar alcanzar una colaboración genuina y convertir el espíritu de Kyosei en una práctica concreta de desarrollo territorial sostenible.







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